V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 1, 29-39: “Anunciemos el Evangelio de la Vida”.

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

Las lecturas de este domingo V del tiempo ordinario son una invitación a que anunciemos el Evangelio de la Vida. Como cristianos tenemos que anunciar la Buena Noticia del Evangelio y esta Buena Noticia es motivo de plenitud de vida aquí en la tierra y germen de la Vida eterna. 

En la primera lectura del libro de Job vemos un testimonio desgarrador de la experiencia de sufrimiento que supone vivir: “El hombre está en la tierra como un jornalero o un esclavo: meses baldíos, noches de fatiga... sin esperanza... mi vida es un soplo y mis ojos no verán la dicha”. Job está enfermo y la vida le va mal. 

Quizá esta sea la experiencia de muchas personas, o, podríamos decir, de todas las personas en determinadas etapas de su vida. Si miramos a nuestro alrededor podemos constatar un dramatismo especial en nuestro mundo, alejado normalmente de nuestros ojos: muchas personas sufren las consecuencias del hambre, otras muchas sufren las consecuencias de las guerras, otras muchas sufren las consecuencias de las catástrofes naturales; hay muchos niños viviendo en condiciones infrahumanas: en la calle, explotados en puestos de trabajo, explotados sexualmente; hay muchos enfermos: físicos (sida, cáncer...) y psíquicos; hay infinidad de marginados por el sistema: transeúntes, parados, pobres...; hay gente que ha perdido la esperanza y el rumbo de su vida; hay mucha gente herida por el pecado de la envidia o el rencor... 

Es tal el contexto de pecado y sus consecuencias, que hay en nuestro mundo, que Juan Pablo II lo calificó como la “cultura de la muerte”. Cuenta una parábola que una persona contemplando este panorama le preguntó a Dios: “¿Es que no haces nada para solucionar todo esto?”. Y Dios se quedó pensando en silencio... 

Le podía haber contestado con las lecturas de hoy que él ha venido a anunciar el Evangelio de la vida: 

-          Dice el salmo responsorial: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados”. Nuestro Dios es un Dios sanador en el mejor de los sentidos. Nos cura y nos salva. 

-          En el texto del Evangelio vemos como Jesucristo cura a la suegra de Pedro y cura a muchos enfermos y poseídos. Cristo aparece como el gran liberador del mal que oprime el corazón del hombre. Los milagros que él hace no son soluciones a problemas puntuales, que es lo que buscamos nosotros (que me cure esta enfermedad, que me quite este dolor...), sino que son la manifestación de la misericordia de Dios, la expresión de lo que será la plenitud del reino de Dios: la total liberación de todos los males: la muerte, la enfermedad.

La parábola que refería antes continúa. Después de guardar Dios un momento de silencio ante la pregunta: “¿No podías hacer algo para solucionar todo este mal?”, Dios responde: “Ya he hecho algo, te he hecho a ti”. 

Esta es la aportación de Dios al sufrimiento del ser humano: ha enviado a su Hijo para mostrarnos su solidaridad y anunciarnos la futura liberación del mal y nos ha hecho a nosotros, los hombres y las mujeres, para que colaboremos con él en limpiar el mundo del mal y sus consecuencias. Esta es, pues, nuestra tarea: anunciar el evangelio de la vida, procurar que todas las personas tengan una vida digna  y una vida plena, que les realice personalmente. 

San Pablo en la segunda lectura dice: “¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!... Me he hecho débil con lo débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar como sea a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”. Esta es también la misión del cristiano, anunciar el Evangelio. Pero llevar el Evangelio a los demás no es sólo contarles lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino dar pan a quien tiene hambre, enseñar a quien lo necesita, asistir a los ancianos, visitar a quien está en la cárcel... Anunciar el Evangelio de la vida es liberar del mal a quien lo padece. 

Es tan grande la cultura de la muerte, que tenemos en nuestro ambiente y en nuestra sociedad, que los programas de ayuda que tenemos: atención a transeúntes, Cáritas, Asilo, Cruz Roja, el 0’7... [Dice Benedicto XVI -Deus caritas est, 31b-: “a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares”] son casi una expresión ridícula de nuestra caridad; una batalla de David contra Goliat. Es preciso no sólo que haya programas de ayuda, que son necesarios, sino que cada cristiano tome partido por el Evangelio de la Vida en su vida concreta y defienda esa vida entre todas las personas con las que convive: “nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre la necesidad de amor” (Benedicto XVI, “Deus caritas est” 29). 

Este domingo celebramos la Campaña contra Hambre de Manos Unidas: “Combatir el hambre, proyecto de todos.” La forma más eficaz de ayuda es desde proyectos. 

Oración en la Campaña de Manos Unidas: 

«Señor, parece que el tema de la pobreza en nuestro mundo y una de sus manifestaciones más significativas, el hambre, nos desborda en nuestra comprensión y posibilidades de solucionarlo. 

Pero sabemos que «Cualquier forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de respeto por la dignidad trascendente de la persona humana (Benedicto XVI, mensaje del 1 de Enero de 2.009, Jornada mundial de la Paz). No renunciamos a otros análisis de la realidad, pero esta es nuestra forma última de asumir la solución a este grabe problema. Y nos ayuda a hacer todo lo que está de nuestra parte. 

«No hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva.» (Mensaje citado) ¡Ojalá y lo pudiésemos conseguir entre los gobiernos del mundo y en nuestra propia vida! 

Comprendemos que, además de otros problemas, que hay que solucionar: la explotación, las guerras, las enfermedades… «Las causas de la pobreza también están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras… La lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano.» (Mensaje citado) 

Por eso te pedimos, Señor, que la sensibilidad que nos provoca el tema del hambre en el mundo, sea un instrumento en tus manos para tocar y cambiar nuestro corazón: ábrenos a la generosidad, a la cooperación, a la fraternidad, al respeto de cada ser humano, a la comunión, al desprendimiento de los bienes y a la acogida de tu presencia entre nosotros, sin la que nos es imposible descubrir en el necesitado a un hermano. ¡Cambia Tú el corazón del ser humano, para que el proyecto de todos de combatir el hambre sea más eficaz! Por Jesucristo Nuestro Señor.» Amén 

Que Dios nos conceda la gracia de experimentar cómo él sana nuestros corazones desgarrados, para que podamos ser transmisores de su Vida a los demás.