III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2: 13-25: “Cristo es la Nueva Ley, el Nuevo Culto y el Nuevo templo

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

La Cuaresma nos presenta un recorrido por la Historia de la Salvación y es una preparación para celebrar el Misterio Pascual: la muerte y resurrección de Jesús. De estos dos aspectos nos hablan las lecturas de este domingo tercero de cuaresma.

 

Hacemos un recorrido por la Historia de la Salvación para recordar nuestra propia historia y nuestra relación personal con Dios. En el primer domingo recordábamos el pacto que Dios hizo con Noé; en el segundo recordábamos la promesa hecha a Abrahán; en este tercer domingo se nos presenta a Moisés. Con él recordamos etapas de la Historia de la salvación como la Pascua, el paso del Señor liberando a su pueblo de la esclavitud de los egipcios; recordamos el Éxodo, la salida del pueblo de Israel de Egipto y su camino por el desierto hacia la tierra prometida; y recordamos la Alianza de Dios con su pueblo, sellada en el monte Sinaí con los Diez Mandamientos, que vemos en la primera lectura. Nos quedamos con este aspecto de la Ley de Dios, concretada en los diez mandamientos; aspecto que después retomaré.

 

También la cuaresma es tiempo de preparación para celebrar el misterio pascual. En el primer domingo escuchamos el evangelio de las tentaciones y, en el segundo, el evangelio de la transfiguración, que son comunes a los tres ciclos litúrgicos. En estos tres domingos restantes de cuaresma, el ciclo A se centra en evangelios más propios del bautismo; el ciclo C en evangelios que insisten en la reconciliación; y el ciclo B, en el que estamos, en evangelios que presentan la muerte y resurrección de Jesús.

 

El Evangelio de este domingo es el de la expulsión de los mercaderes del templo. Más que fijarnos en el hecho de la expulsión o en la ‘violencia’ que emplea Jesús, se nos invita a fijarnos en el anuncio de su muerte y resurrección: “Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días... Hablaba del templo de su cuerpo”. Este incidente del templo, Juan lo pone al principio de la vida pública de Jesús, mientras que los otros evangelistas lo sitúan inmediatamente antes de su pasión. Sea como fuere, es un acontecimiento decisivo para situar a Jesús frente a la religiosidad de su tiempo, lo que sería una causa de su pasión. Jesucristo quería purificar la relación del hombre con Dios. En concreto, con las lecturas de hoy, podemos decir que Jesucristo se presenta como la Nueva Ley, como el Nuevo Culto y como el Nuevo Templo; presenta una nueva concepción del templo, de la ley y del culto.

 

La ley para el judío es la máxima expresión de su relación con Dios. Veneran la ley porque ella, el cumplimiento de la misma, les obtiene la salvación. Por eso insistieron en un cumplimento riguroso de la misma, lo que les llevó a multiplicar en exceso las leyes (de 10 a 600) y a vivir un legalismo estricto. Jesucristo se situó frente a esa mentalidad, recordando que lo más importante de la ley es la justicia y la misericordia. No anuló ninguna ley, pero dijo que debían estar al servicio del hombre, y las superó llevándolas a su plenitud: las leyes están para amar al prójimo y a Dios. La máxima ley es el amor: “amaos unos a otros como yo os he amado”.

 

Por cumplir todas las leyes, también las del culto (el modo de relacionarse con Dios) tenían un culto externo; es decir, preocupado por el rito, por el modo de hacer las cosas, pero no por la implicación personal en lo que se hacía. Cumplían con Dios, pero no cambiaban. Jesucristo presentó una nueva dimensión del culto: la entrega existencial de su propia persona (es lo que nos cuenta “la carta” a los Hebreos). Dios no quiere nuestro tiempo, nuestras cosas, nuestras velas, nuestros ritos, nuestros inciensos... sino nuestras personas.

 

El templo de Jerusalén era la máxima expresión de la religiosidad judía. Dios estaba en el monte, en la nube... pero sobre todo estaba en el templo, en el “santa santorum”. El templo era el lugar habitado por Dios. El templo se había convertido en un comercio con todo lo relacionado con el templo (animales para los sacrificios) y con todo lo relacionado con la vida de los judíos y los peregrinos (cambistas de monedas). Jesucristo reacciona contra esa mentalidad de comercio con las cosas de Dios y expulsa a los mercaderes del templo. Las cosas de Dios son gratis. Además Jesucristo introduce una nueva concepción: “Hablaba del templo de su cuerpo”: él es el templo de Dios, el ser humano es templo de Dios, el mundo es el templo de Dios. Dios no está encerrado en cuatro paredes (aunque sean de metal bañado en oro).

 

Estas nuevas ideas le llevaron a Jesucristo a enfrentarse con las autoridades religiosas de su tiempo: un culto existencial, una ley al servicio de la persona, un templo que es cada criatura de Dios.

 

Fijaos que nuestra religiosidad, a veces, no está muy lejos de la mentalidad judía que Jesucristo quiere purificar: celebramos el culto de un modo ritual, por el hecho de celebrarlo, pero se queda muy alejado de nuestra vida personal; cumplimos una serie de normas que no tienen sentido para nuestra vida y no nos ayudan a amar más al prójimo: no comer carne los viernes de cuaresma; tenemos conciencia de que Dios está en el templo, pero lo queremos dejar encerrado en él para que no invada otros campos de nuestra vida: familia, trabajo, economía, relaciones sociales...

 

También Cristo quiere purificar nuestra relación con Dios. Que su muerte, anunciada en el Evangelio, no sea en vano.