II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
Juan 20,19-31:
“Amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección del Señor. El tiempo pascual comienza con el domingo de resurrección (el primer domingo de pascua) y dura hasta Pentecostés. En este tiempo celebramos el “paso” de Jesús de la muerte a la resurrección.

Vemos en el evangelio el relato de una aparición de Jesús resucitado, en donde queda claro que la misión de los apóstoles comienza después de la resurrección de Jesús. Si Cristo no hubiese resucitado, los apóstoles no hubiesen realizado la misión de anunciar el evangelio, pues ¿qué habrían anunciado? Todo el Nuevo Testamento es posterior a la resurrección de Jesús. Todo está escrito después. Todo empezó de nuevo con la resurrección: “Id a Galilea, allí os encontraréis con él”. Volved a empezar. La resurrección es el centro de nuestra fe, el motor de la Iglesia, la verdad central sin la que la Iglesia no hubiese comenzado.

También podemos constatar que los apóstoles a los ocho días están reunidos, probablemente celebrando la eucaristía, y Jesús les da con el Espíritu Santo el poder de perdonar los pecados. La Iglesia, los sacramentos de la misma, no son invenciones de los apóstoles, sino que son realidades instituidas por el mismo Jesucristo. Esto es importante, porque si aceptamos a Jesús, su muerte y su resurrección, como verdades centrales de nuestra fe, también tenemos que aceptar todo lo que él dijo, hizo y, en este caso, instituyó. 

La idea común de todas las lecturas de este domingo podría ser que la resurrección obra una transformación en quien la vive; podríamos decir que hacer crecer en la fe:  

­1º.- De la cobardía a la valentía: Así podemos ver a los apóstoles, en el texto del evangelio, como estaban reunidos, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, pero después de la aparición de Jesús resucitado, como vemos en la lectura de los Hechos de los Apóstoles [que leemos durante todos estos domingos del tiempo pascual] daban testimonio de la resurrección de Cristo con mucho valor. La valentía no es osadía o atrevimiento, sino que nace de la convicción de que Cristo ha resucitado y tiene razón. Si los cristianos tuviésemos este mismo convencimiento en nuestra fe, seguro que seríamos más decididos a la hora de dar testimonio de lo que creemos. 

2º.- Del egoísmo al amor: La segunda lectura, del apóstol San Juan, da un testimonio de cambio, que podríamos expresar, del egoísmo al amor. Y lo expresa de una manera un tanto significativo. Conocemos de este apóstol la siguiente idea: quien dice que ama a Dios pero no ama al prójimo, es un mentiroso. Es una denuncia clara de las formas “espiritualistas de religiosidad”. Sin embargo el texto que hemos escuchado dice lo siguiente: “Amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios”. Cuando uno no ama de verdad a Dios y asimila sus valores: justicia, misericordia, mansedumbre... no acertará a amar convenientemente a los demás. Hay muchos amores que “encanijan” al prójimo, porque son amores egoístas, posesivos, manipuladores... Todos podemos ver en nuestra propia experiencia como nos “pasamos” en nuestra forma de amar a los demás. 

Hoy es el domingo de la Divina Misericordia, decretado por La Congregación del Culto Divino el 23 de Mayo del 2.000, por indicación de Juan Pablo II: «La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos... “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). En este mensaje, que Nuestro Señor nos ha hecho llegar por medio de Santa Faustina, se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742).» 

3º.- De la incredulidad a al fe: En el evangelio vemos como después de aparecerse Jesús resucitado, Tomás no lo puede creer, “si no veo, no lo puedo creer”, demasiado esperanzador como para creerlo; es más, “si no pongo mis manos en sus llagas no lo creo”. El texto del Evangelio apunta una razón: “Tomás no estaba con ellos”. Aislados de la comunidad no se puede mantener la fe en Jesús. Jesús se aparece y le dice: “Pon tu mano en mis llagas y no seas incrédulo sino creyente”. Ante esto, Tomás hace una confesión de fe, de la divinidad de Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!”. 

Así, pues, la resurrección da a los apóstoles valentía para anunciar el mensaje central del cristianismo, para dar testimonio de su fe; da a Juan conciencia de la caridad que hay que tener con el prójimo; da a Tomás confianza para fiarse del Señor. Son tres aspectos de la misma fe: confianza para ponerse en las manos de Dios [Dichosos los que crean sin haber visto]; valentía para confesar, testimoniar lo que uno cree aunque las circunstancias sean adversas; caridad en la relación con los demás.

 

Que el Señor aumente nuestra fe: nuestra confianza en él, nuestra caridad con el prójimo y nuestra valentía en el testimonio cristiano.