VI Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15, 9- 17: “El que ama ha nacido de Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Celebramos el domingo VI del tiempo pascual. En este domingo celebramos día del enfermo. Un motivo importante de nuestra plegaria. El contenido de las lecturas es el amor. Del amor podríamos decir muchas cosas, pues es el centro del mensaje cristiano, el distintivo; pero nos ceñiremos a lo que nos dicen las lecturas. 

Hay como una progresión en las declaraciones que se hacen del amor: “Dios es amor”. “Como el Padre me ha amado así os he amado yo”. “Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Es como si Dios fuese un manantial de amor que lo inunda todo. De él, que es amor, brota el amor; el amor llega a su Hijo y su Hijo lo reparte entre los hombres; los hombres a su vez viven el mandamiento del amor. Tenemos la misión de llevarlo a todos y de un modo especial más a quien más lo necesita. 

De todo lo que se puede decir del amor, me voy a centrar en tres ideas, que resaltan cada una de las lecturas: el amor de Dios es universal, el amor de los hombres es expresión del ser de Dios, el amor de Jesús es generoso. 

En la primera lectura se dice cómo el mensaje de Dios se fue extendiendo también a los gentiles, empezando por la casa de Cornelio: “El don del Espíritu se derrama también sobre los gentiles”. Es lo que hizo, principalmente, San Pablo. Así se rompían los muros “nacionalistas” de la religión judía. La tentación inicial más fuerte era  quedarse reducidos a los judíos, sin embargo el Espíritu pronto abrió el entendimiento de los apóstoles. Dios ha venido para todas las personas, no para unos pocos. El amor de Dios no es “nacionalista”, “endogámico”, “exclusivista”, sino que es católico, universal. Esto en el País Vasco o en Cataluña es más difícil de entender, porque tienen una conciencia más grande que nosotros de su identidad como pueblo. ¿Porqué esta conciencia de pertenencia siempre tiene que ser frente a los demás? (“De Daimiel, somos de Daimiel; Virgen de las Cruces, dilo tú también”, cantamos nosotros).  Pero también nosotros nos ceñimos, a veces, a mi grupo, mi familia, mi partido, mi parroquia, mi hermandad... porque “somos los mejores”. En nuestra religión hay una llamada importante a amar a todos, a estar abiertos a todos. Es cierto que debemos amar especialmente al prójimo, al próximo, pero no nos podemos olvidar del lejano. Cultivar el sentido de pertenencia a algún grupo no puede ser excluyente de los demás. Cultivar el sentido de pertenencia a la Iglesia nos hace estar abiertos a todos. 

En la segunda lectura se dice: “Amémonos unos a otros... Todo el que ama ha nacido de Dios, quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. El amor es expresión de Dios, Dios se da a conocer a través del amor que nosotros manifestamos. Solemos decir, con una cita de San Pablo, al introducir el Padrenuestro: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. La condición del cristiano es que está injertado en Cristo por el sacramento del Bautismo; Cristo le está transmitiendo la vida divina: sus valores, entre los que destaca el amor de Dios. De tal forma que la vida del cristiano consiste en hacer concreción ese amor, en expresar ese amor. Cuando uno acierta a amar a los demás está emanando a Dios, haciendo que Dios brote en las relaciones de los hombres. Y un cristiano tiene que amar, como se dice en el Evangelio, como Cristo nos ha amado; es decir, hay que amar, desde Dios, como Dios. Hemos dicho que el amor de Dios es universal. Ahora me queda por decir que el amor de Cristo es generoso. 

En el texto del Evangelio se dicen varias cosas sobre el amor: Permanecer en Jesús es permanecer en el amor; cumplir los mandamientos de Jesús es amar; la verdadera alegría proviene del amor; la eficacia del amor se manifiesta en los frutos; pero lo que califica mejor el amor de Cristo es: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. La manifestación del amor, (pensemos por ejemplo en los enfermos), no está sólo en lo que doy a quien quiero, en el tiempo que le dedico, sino que yo tengo que darme, que entregarme personalmente. La generosidad de Jesús no tuvo límite, viendo las necesidades de ser amados del ser humano, se entregó hasta la muerte.

Dios es amor. Jesucristo nos comunicó el amor de Dios, nos amó hasta el extremo. Los cristianos tenemos la misión de llevar ese amor a todos los hombres de un modo generoso.