XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35: “Danos siempre de ese pan”Autor: Padre Pedro Crespo
Estamos celebrando el
domingo XVIII del
tiempo ordinario. En estos domingos escuchamos
fragmentos del
discurso del pan de vida,
del capítulo 6 de San Juan. El texto del Evangelio de hoy podríamos decir que
presenta un cambio:
desde el pan material al pan espiritual.
La gente va buscando a Jesús porque ha saciado su estómago. Jesús les dice que
hay otro alimento que da vida eterna:
trabajar haciendo
la voluntad del Padre, que es
que
crean en él.
Creer en Jesús es un alimento que da vida eterna. Interrogado por qué signo
presenta para que crean en él, dice que es su Padre el que dio el maná en el
desierto. A lo que responden: “Danos siempre de ese pan”. El pan que es Jesús
sacia el hambre y la sed.
Dejo al final de esta homilía unas
frases de la
Encíclica
Cáritas in Veritate que ponen de
manifiesto
la
importancia de Dios
para el
desarrollo integral
Creo que el Evangelio nos plantea una
pregunta
fundamental, basada en una
experiencia común
a todas las personas. La
experiencia es la
búsqueda
de plenitud y felicidad que todos tenemos. La
pregunta
es que si yo creo que esa plenitud y esa
felicidad me pueden venir de Dios, de los bienes espirituales o de los
materiales.
¿En qué encuentro yo más felicidad, más plenitud?
¿A qué es a lo
que dedico mayor energía, más tiempo, más preocupaciones?
Si diéramos una respuesta espontánea y rápida, creo yo que diríamos que los bienes materiales nos proporcionan más felicidad que los bienes espirituales. Estamos metidos hasta el cuello en una sociedad del “bienestar”, entendido éste sólo en sentido material, en una sociedad del consumo... y vivimos como si la felicidad sólo nos pudiese venir por el tener, el poder y el gozar. No nos engañemos. Quizá hay gente que diga que no es así, que hay mucha presencia de valores espirituales en nuestra vida.
Solamente digo que miremos cuánto tiempo decidamos a tener cosas, a tener bienes, que por otro lado son necesarios. La mayor energía que gastamos en nuestra vida es para tener. En el fondo pensamos que la felicidad nos va a venir por lo que tengamos. Sabemos que el dinero no hace la felicidad, pero ayuda, decimos enseguida. Los bienes materiales conducen a un afán de posesión de todo, incluido las personas, y a no verse necesitado de nadie, tampoco de Dios. Aunque no son malos, suelen ser una losa que impiden el crecimiento del sentido religioso y creyente del ser humano.
Solamente digo cuánto tiempo dedicamos a la búsqueda del placer o del gozar, en el sentido amplio de la palabra, cuánto tiempo dedicamos a la búsqueda de la fama, de la aprobación por parte de los demás. Somos esclavos de sensaciones placenteras y prófugos del dolor. Pensamos que la felicidad nos viene del placer y de la fama que tengamos ante los demás. Esta búsqueda nos lleva a estar centrados, como Narciso, en nosotros mismos, y nos incapacita para descubrir a Dios. Al único que puede adorar es a mí mismo.
Solamente digo cuánto tiempo dedicamos a buscar poder sobre los demás, en todos los ámbitos de nuestra vida: en la familia, con los amigos, en el trabajo, en la sociedad. Tener poder sobre los demás y manifestarlo para que lo vean los demás es una gran tentación de los hombres. Pensamos que de ahí nos va a venir la felicidad. Quien basa en eso su vida, se vuelve prepotente. Cree que todo lo puede. El poder idiotiza, porque nos saca de la humildad de criaturas que somos. El poder ahoga la creencia en Dios.
Por eso, este domingo nos viene a decir “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; nos viene a recordar que la felicidad del ser humano no puede estar lejos de Dios, sino en él. Y por eso nuestra tarea primera es cambiar de mentalidad. Nos recuerda la segunda lectura. “No andéis como los gentiles, en la vaciedad de sus criterios... abandonar el anterior modo de vivir... dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad”.
La felicidad, la plenitud personal, está en Dios, en el amor. Seremos más felices cuando más personas seamos, no cuantas más cosas tengamos. Seremos más felices cuanto más ayudemos a los demás, no cuanto más nos los sometamos. Seremos más felices gozando de los bienes espirituales que de los materiales. “Señor, danos siempre de ese pan”.
Excursus:
Que
crean en ÉL
* [Pablo VI en Popolorum Progressio] Ha afirmado que el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo. (8)
* La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres» (8)
* El Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (18)
* Precisamente porque Dios pronuncia el «sí» más grande al hombre, el hombre no puede dejar de abrirse a la vocación divina para realizar el propio desarrollo. La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo. (18)
* Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». (29)
* La verdad, y el amor que ella desvela, no se pueden producir, sólo se pueden acoger. Su última fuente no es, ni puede ser, el hombre, sino Dios, o sea Aquel que es Verdad y Amor. (52)
* La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía» de la religión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. (56)
* Éste es un ámbito muy delicado y decisivo [la Bioética], donde se plantea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios. (74)
* El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, porque el hombre es «uno en cuerpo y alma», nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente. El ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a sí misma y la verdad que Dios ha impreso germinalmente en ella, cuando dialoga consigo mismo y con su Creador. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil. La alienación social y psicológica, y las numerosas neurosis que caracterizan las sociedades opulentas, remiten también a este tipo de causas espirituales. Una sociedad del bienestar, materialmente desarrollada, pero que oprime el alma, no está en sí misma bien orientada hacia un auténtico desarrollo. (76)
* Sin Dios el hombre
no sabe adonde ir ni tampoco logra entender quién es […]
El humanismo que excluye a Dios es un humanismo
inhumano. Solamente un humanismo abierto al
Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social
y civil —en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el
ethos—,
protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento. La
conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y
apasionante compromiso por la justicia […]
El amor de Dios nos invita a salir de lo que es
limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien
de todos […]
Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por
amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande.
(78)
*
El desarrollo necesita cristianos con los brazos
levantados hacia Dios en oración, cristianos
conscientes de que el amor lleno de verdad,
caritas in veritate, del que procede el auténtico
desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. (79)
* El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz. (79)