XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-59: “No se es cristiano sin eucaristía”..

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

Seguimos leyendo el texto del “Discurso del Pan de Vida” en este domingo XX del tiempo ordinario. Como recordáis este capítulo 6 del evangelio de San Juan nos habla de la importancia y centralidad de Jesucristo y de la Eucaristía para la vida del Cristiano. En estos domingos escuchamos la multiplicación de los panes y de los peces, con lo que da comienzo este capítulo seis; escuchamos también que Jesucristo es el Pan de Vida y que el que cree en él tiene Vida Eterna. Hoy aparece una idea nueva: Comer ese pan. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Idea que está preparada por la primera lectura, que habla de como la comunión con la Sabiduría se expresaba en un banquete: “La Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”.

 

Así pues nos predisponen los textos a hablar del banquete eucarístico. De la Eucaristía podríamos comentar muchas cosas: las partes que tiene, los textos que maneja (lecturas bíblicas y textos eucarísticos), la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, el porqué es un sacramento de los más importantes en la vida del cristiano, el aspecto de banquete o de sacrificio o de acción de gracias...

 

Voy a hacer este comentario centrándome en tres apuntes, para resaltar la importancia de la Eucaristía en la vivencia del cristianismo de las personas hoy en día.

 

1º- Frente a la sensación subjetiva de la presencia o ausencia de Dios situamos con la Eucaristía la presencia real y objetiva de Jesucristo. Desde el renacimiento (Descartes: “Pienso, luego existo”) hemos ido creciendo en la importancia del sujeto, de la persona concreta, de su existencia particular, hasta llegar a nuestros días, en los que le damos una importancia exagerada. De sujeto viene subjetividad, que sería el punto de vista interior de la persona sin tener en cuenta el dato objetivo. La religiosidad de hoy está inundada de esta subjetividad. Lo importante es lo que yo siento en mi relación con Dios. Lo importante es la relación privada, íntima, interior, que yo tengo con Dios. Por eso es preciso recordar hoy que Dios es mayor que nuestra conciencia, mayor que la percepción que tenemos de él y, quizá, hasta diferente. Es preciso recordar que la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es una presencia real, está ahí de verdad, independientemente de mi sentimiento, de mi vinculación con él. Por este desconocimiento y equívoco hay hoy mucha gente que prefiere la relación con Dios desde su propia subjetividad que la relación con Dios desde la objetividad del sacramento de la Eucaristía. Es un gran error. Es como si alguien prefiriese relacionarse con una fotografía antes que con una persona.

 

2º- Frente al distanciamiento de las personas con respecto a la Eucaristía (Aquí en Daimiel vienen a Misa en un fin de semana unos 3.000 — ¿y los otros 14.000? —, de los cuales comulgan unos 500 —las cifras están redondeadas a lo alto—), ponemos con la Eucaristía la cercanía de Dios en Jesucristo, en el Pan y en el Vino. Hay un alejamiento real de la gente, de la masa del pueblo, del sacramento de la Eucaristía. Las razones que se suelen poner son: la falta de tiempo o la pesadez de los curas (son ciertas las dos, pero no dejan de ser excusas); además yo creo que a mucha gente le aleja de comulgar la conciencia de pecado que tienen y la sensación de que no van a cambiar. Deberíais considerar que si Dios, en Jesús, ha dado un paso tan grande para acercarse a nosotros, nosotros no  deberíamos alejarnos de él, sino que deberíamos aprovechar la situación. Nada nos debería alejar de comulgar, ni siquiera nuestro propio pecado, para eso está el sacramento de la Penitencia.

 

3º- Frente al alejamiento de Dios o al “enclaustramiento” de Dios por parte de los hombres (tenemos a Dios encerrado en el sagrario, preso, para que no se meta en nuestra vidas), ponemos la inhabitación de Jesús que se produce mediante la Eucaristía. Dice el texto del Evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Esta consecuencia de la Eucaristía es muy importante. Quien comulga a Cristo, Cristo se adueña, con poco que deje uno, de su interior y, así, lo va transformando poco a poco. La cuestión es que concebimos a Dios y a la religión como algo externo, que se queda fuera, como si fuese un barniz decorativo. O la concebimos como un piso de arriba, al que acudimos cuando vamos a la Iglesia, pero luego bajamos a la planta baja y echamos la llave arriba hasta la próxima vez. Si embargo Dios es mas bien como el agua, que lo quiere empapar todo, no se quiere quedar en la superficie. Es como ese aceite de olores que impregna la madera. Dios quiere empapar al hombre, impregnarse en él, invadir todos los rincones de su vida; pero el hombre quiere tener a Dios “controlado” en el sagrario, en la túnica de semana santa que se quita y que pone de año en año, en tantos objetos decorativos, “controlado” para que no le cree problemas. Claro, así la mayoría de la gente viene a la Iglesia como si fuera un establecimiento de artículos religiosos que se compran o que son gratuitos: “Póngame una primera comunión bien hecha”. “Quiero una boda rapidita”. “Yo quiero un entierro completico, que no le falte de nada, no vaya y que luego me remuerda la conciencia”. La gente quiere adornos y Dios quiere inundar sus vidas con su presencia. Habría que decir: “¿Quieres un sacramento? ¿Cuánto tiempo hace que no vienes por la Iglesia?”. – Desde que hice la primera comunión, y ahora vengo a casarme, después de veinte años. Pues bien, tres años en “remojo”, como los garbanzos antes de hacer el cocido; es decir, vente tres años a celebrar la Eucaristía con nosotros, confiésate, déjate interpelar por el mensaje de Dios y cuando estés listo, entonces hablamos (los cursillos no dejan de ser un chapuzón inevitable, pero que pilla a la gente con impermeable puesto). Si no hacemos eso estamos, con perdón, gastando aceite... perdiendo el tiempo.

 

Resaltamos la Eucaristía como presencia real de Jesucristo ante la relación subjetiva de mucha gente. Resaltamos la Eucaristía como cercanía de Dios ante el distanciamiento de mucha gente. Resaltamos la Eucaristía como modo de conquistarnos, de empaparnos de vida divina, que tiene Dios. Celebra la Eucaristía.