XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Llevad a la práctica los mandatos de Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

El mensaje y la denuncia de las lecturas de este domingo XXII del tiempo ordinario es exigente. Creo que lo podríamos resumir así: “Llevad a la práctica los mandatos del Señor, pero no como los fariseos”.

 

Llevad a la práctica los mandatos del Señor. Esta idea aparece en la segunda lectura del apóstol Santiago. “Llevad a la práctica la Palabra de Dios, no basta con escucharla. No os engañéis a vosotros mismos”. Lo interesante de la religión cristiana no es que tenga una bonita formulación de los misterios de Dios, ni que tenga un mensaje esperanzador para el hombre de hoy, sino que vivir esta religión es fuente de felicidad. Pero hay que vivirla. También en la primera lectura se destaca que los mandatos del Señor son los mandatos más sabios de todos los pueblos y que escucharlos y cumplirlos es causa de vida. Decía: “Escuchad los mandatos del Señor. Así viviréis.”

 

Es esta una cuestión muy interesante. Del cumplimiento de los mandatos del Señor, nos viene vida. En una primera consideración, solemos pensar que cumplir normas o leyes, esclaviza, porque es estar sometido a algo externo a nosotros mismos. Cuando las leyes no son justas, no hay que cumplirlas. Cuando son justas, colaboran con el desarrollo de la sociedad y del individuo. Deberíamos considerar que la ley a la que se refiere la primera lectura es a los Diez Mandamientos, que según la concepción de la Iglesia se puede equiparar a la Ley Natural. Esto quiere decir que toda persona cuando nace, nace con una ley en su interior —los Diez Mandamientos—, de tal forma que podrá alcanzar la felicidad en la medida en que respete esa ley; por eso obedecer a Dios, a sus mandamientos, libera, no esclaviza, porque ayuda a potenciar lo mejor de uno mismo. El ser humano no nace como un papel en blanco o una pizarra sin escribir, sino que lleva en su interior unas leyes, como el mundo tiene unas leyes internas. La vida y la felicidad del ser humano consisten en conocer y respetar esas leyes para que todo funcione mejor: el mundo y el mismo. Es, por ejemplo, como el que se compra un coche; debe conocer las características y su funcionamiento para sacarle el mayor partido, pero no puede pretender nadar o volar con él. Tiene que respetar su ser, sus leyes.

 

Llevad a la práctica los mandatos del Señor, pero no como los fariseos. Aquí viene la denuncia de Jesús, que nos relata San Marcos, el evangelista de este año, que retomamos después del discurso del pan de vida de San Juan. Dice así: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. En consonancia con esta doctrina, dice al final: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”.

 

Los fariseos cumplían muy bien con las leyes, pues de su modo de cumplirlas pensaban que les venía la salvación. Por eso se esforzaban mucho en ser buenos cumplidores. Pero exageraban este aspecto de la Ley, tanto que habían multiplicado los diez mandamientos hasta convertirlos en más de seiscientos, con lo cual estaban angustiados para cumplir tantas leyes. “La doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento del Señor para aferraros a la tradición de los hombres”. Además los fariseos cumplía les leyes de un modo externo: “Me honran con los labios, pero su corazón está lejos de mí”; se lavaban bien las manos para no incurrir en impureza. Jesucristo declara todos los alimentos puros, como hizo el concilio de Jerusalén, y además dice que “nada que viene de fuera puede hacer al hombre impuro”.

 

Dicho en positivo, tenemos que cumplir los mandamientos del Señor sin olvidar lo fundamental: el amor, la justicia, la misericordia. También nosotros podemos perder el rumbo en nuestra vivencia de la religión y darle más importancia a las tradiciones de los hombres: ¡Cuánta energía, tiempo y dinero se invierten en mantener tradiciones humanas y que pocas en vivir el evangelio, en celebrar la fe con la comunidad o en ayudar a los necesitados! (Yo creo que así está claro o ¿hay que concretar más?). También hay que decir que tenemos que cumplir los mandamientos del Señor desde la rectitud de la intención, desde el interior, procurando que haya coherencia entre el interior y el exterior. Quien es legalista, busca un cumplimiento externo. Quien es cristiano, no se puede conformar con eso, sino que tiene que procurar que haya interioridad limpia: “Dichosos los limpios de corazón”, que haya sinceridad, nobleza...

 

Que esta Eucaristía nos ayude a vivir la Palabra de Dios, a vivir los mandamientos del Señor, sabiendo que de ello nos puede venir la felicidad.