XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35. “La fe sin obras está muerta”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

Las lecturas de este domingo nos sitúan en una perspectiva pascual: anuncio de la muerte de Jesús. Un tema más propio de Semana Santa. Es así por que el evangelista sitúa a Jesucristo camino de Jerusalén, camino de su muerte y resurrección. En la lectura de Isaías, vemos un canto del siervo de Dios que expresa los sufrimientos de su misión y su confianza en Dios. En el texto del Evangelio vemos el anuncio de la pasión de Jesús: “El Mesías tiene que padecer, ser condenado y ejecutado y resucitar al tercer día”; anuncio que se hace para explicar el mesianismo de Jesús. Los apóstoles, como el pueblo de Israel, esperaban un Mesías liberador de tipo político, en el que sólo se concebía el triunfo y la gloria. Sin embargo, cuando Jesús es reconocido como Mesías por Pedro, él anuncia sus padecimientos para expresar que no hay gloria sin cruz, ni vida sin muerte, ni salvación sin dolor. 

Por esto creo que las lecturas de este domingo XXIV del tiempo ordinario nos presentan el misterio de la Pasión de Jesús. El Mesías, el Salvador, el Dios en el que nosotros creemos es un Dios que asume el sufrimiento de la humanidad muriendo libremente en la cruz. Digo que es un misterio porque Dios nos podía haber salvado de otra manera, podía haber ofrecido otra respuesta al sufrimiento humano. Sin embargo lo que hace es compartir la muerte con nosotros, el eterno se hace tiempo mortal.

Además de este mensaje, la segunda lectura del apóstol Santiago dice que la fe sin obras es una fe muerta. Es una apreciación muy interesante para el modo de concebir la fe hoy en día de mucha gente. La fe no es sólo un sentimiento interior que uno tiene, no es algo privado. La fe tampoco es unas celebraciones hechas por compromiso social. La fe se tiene que manifestar en el modo de vivir, en las obras que uno hace. Podíamos preguntarnos hoy: “¿Qué he hecho yo por ser cristiano?”. Y, por poner en conexión esta lectura con las otras dos, podríamos decir que las obras que se nos piden hoy, en esta celebración, a los cristianos, es asumir las cruces en nuestra vida. 

Decía Jesucristo en el evangelio: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el evangelio, la salvará.” Si el Mesías en el que creemos es un Mesías sufriente, nuestro seguimiento de ese Mesías no puede eludir ese sufrimiento. Ser cristiano no es un camino de rosas; pero es que vivir, ser persona, tampoco es un camino de rosas. Ser cristiano es el mejor modo de vivir las espinas, los sufrimientos, que conlleva vivir. 

Dice Jesús tres cosas: que se niegue a sí mismo,  que cargue con su cruz y me siga y que pierda su vida por el evangelio. Estas son las obras que se nos piden hoy.  

“Que se niegue así mismo.” Para seguir a Jesús hay que negarse a uno mismo. ¡Qué difícil! Estamos acostumbrados a vivir centrados en nosotros mismos: “Yo pienso... yo opino... a mí me parece”. Estamos pendientes de nuestras sensaciones (me siento bien, hace calor), de nuestras necesidades (tengo hambre, tengo gana de ir al servicio), de nuestros sentidos (que ruido hace), de nuestros sentimientos (que solo estoy), de nosotros mismos. Es tal el cambio que se nos pide, que nos resultará difícil entender. Para negarse a uno mismo hay que centrarse en Dios o en los demás (que es parecido). Esta idea se puede comprender desde lo que vive una persona que vive enamorada: la persona de la que se ha enamorado pasa a ser el centro de su vida: piensa por ella, siente por ella, vive por ella. 

“Que cargue con su cruz y me siga.” Otra condición es cargar con la cruz. No es una invitación a resignarse, como solemos entender. Hay cruces que son evitables y hay que evitarlas; pero hay otras que tenemos que asumir, aceptar y cargar con ellas. Todos huimos de la cruz. Nos espanta la cruz. Pero hay que asumirla. La cruz se nos puede presentar de innumerables formas: una soledad, una enfermedad, una muerte, una incomprensión, una difamación... Cargar con la cruz y seguir a Jesús para poder llevar la cruz con las mismas actitudes que la llevó Jesús: con confianza en Dios, con misericordia hacia el prójimo. 

Y,...  “Perder la vida por el Evangelio.” Puede parecer una cosa extraordinaria de personas excepcionales. Sin embargo todos tenemos, en nuestro estado y en nuestras profesiones, innumerables formas de perder la vida por el evangelio, de gastar la vida por los demás, de vivir sirviendo a los demás en vez de sirviéndonos de ellos... Pensemos por ejemplo en unos padres de familia al servicio de los suyos, o un sacerdote al servicio de su parroquia, o un médico al servicio de sus pacientes, o un albañil que realiza sus tareas impecablemente para seguridad de quien habite en las viviendas que está haciendo... 

Nuestra fe se tiene que traducir en obras, en actitudes que tenemos que manifestar en nuestra vida: pensar en los demás, cargar con la cruz, gastar la vida por el evangelio.