XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: “El matrimonio es camino de santidad”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

El tema de las lecturas, de la primera y del evangelio, de este domingo XXVII del tiempo ordinario es el matrimonio. La primera lectura nos cuenta la creación de la mujer, para que el hombre no esté solo; “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. El Evangelio nos presenta la doctrina de Jesús sobre el matrimonio ante una pregunta comprometedora de los fariseos. Moisés, en su legislación sobre el matrimonio, había permitido el divorcio al hombre por cuestiones sin mucha importancia, hecho admitido por los fariseos. Ante estas circunstancias, Jesús no tiene reparo en volver a la doctrina del Génesis: los dos formarán una sola carne y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. 

Esta es la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, que podemos resumir en las siguientes expresiones: Unidad, Indisolubilidad y Finalidad Procreadora. 

El matrimonio es una unidad de iguales. Que es una unidad queda expresado en esa imagen del Génesis. “Los dos formarán una sola carne”, expresión que habla de la complementariedad de los esposos, que son iguales. El hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes. En la sociedad judía no era así, por eso sorprende que Jesús diga: “Y si la mujer se divorcia de su marido, comete adulterio”, porque le está concediendo a la mujer el mismo derecho (no reconocido en la sociedad judía) que al hombre. Forman una unidad que es esencial a la sociedad actual. Igual que el oxígeno y el hidrógeno, mezclados de una forma especial, forman el agua, imprescindible para la vida, el hombre y la mujer, unidos en matrimonio, forman una unidad esencial para la vida plena de la sociedad actual. Esta unidad está elevada por Jesucristo al rango de sacramento. El matrimonio cristiano no es sólo un contrato social entre dos partes, sino que es un sacramento; es decir, un encuentro con Dios para amarse como Cristo ama a su Iglesia. 

Hoy en día el matrimonio como unidad y como sacramento está cuestionado como forma esencial de la sociedad. Hoy se habla de las “parejas de hecho”, expresión acuñada para acoger a todos los que conviven en pareja sin estar casados, para reivindicar los mismos derechos que un matrimonio. Es un tema delicado porque es muy amplio. Esa expresión engloba, sin distinción, parejas homosexuales, parejas que no han querido casarse porque “los papeles matan el amor”, parejas que no se pueden casar porque están es espera de divorcios, parejas que no se quieren casar para no perder una paga... Quizá hay que regular los derechos (pensión en caso de muerte de la pareja, derecho a la herencia...) pero no se pueden equiparar a un matrimonio y, en nuestro caso, a un sacramento. Y al regular los derechos hay que tener mucho cuidado porque cualquiera se podría declarar pareja de hecho: dos vecinas que se quedan viudas, dos sacerdotes... (Leí que dos hermanas que viven juntas mucho tiempo, en Inglaterra, se quieren declarar matrimonio para evitar tener que dar dinero al Estado cuando una de las dos muera; si está así la ley, ¿por qué no? —Digo yo—). 

El matrimonio es indisoluble, no se puede disolver: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, decía Jesús en el Evangelio. La Iglesia no acepta el divorcio porque, donde se dio un sacramento, no se puede decir que ese sacramento no se realizó. Uno está bautizado para toda la vida, sea o no consecuente con su fe. Uno es sacerdote para toda la vida, aunque se case. Un casado lo está para toda la vida, si el sacramento fue válido. La Iglesia sólo admite la nulidad, que es declarar no válido un matrimonio que se suponía que había sido bien celebrado, por defecto en la voluntad, la libertad o el engaño sobre algo fundamental en los contrayentes. La Iglesia también admite la separación, que cada una de las partes se vaya a vivir por separado para salvar las dificultades de la convivencia. En cualquier caso, todas estas circunstancias están llenas de dolor por parte de quienes tienen que vivirlas y todos, en la Iglesia, deberíamos estar dispuestos a manifestar nuestro cariño a quienes tienen que pasar por estas circunstancias. 

Además la Iglesia dice que el matrimonio tiene una finalidad procreadora. Aspecto también interesante en el matrimonio. Es este sentido la doctrina de la Iglesia ha dado un gran giro en esta concepción. Antes se decía que el fin primero del matrimonio era tener hijos. Y se tenía los hijos que Dios quería. A partir del Concilio Vaticano II no se habla de fin primero del matrimonio, sino que se dice que el matrimonio es una comunidad de vida y de amor y, fruto de ese amor, son los hijos. Este concilio habla de la paternidad responsable; es decir que cada matrimonio debe decidir en conciencia cuantos hijos debe tener, los que responsablemente pueda educar. Cada matrimonio debe decidir en conciencia, escuchando la voz de la Iglesia, si tiene que emplear métodos anticonceptivos o no, y qué métodos, claro. 

Para terminar no quiero dejar de resaltar que el matrimonio es camino de santidad; es decir, que el matrimonio es una vocación cristiana tan alta como ser religioso/a o sacerdote. Viviendo los deberes matrimoniales de respeto y fidelidad, los deberes para con los hijos de atención a sus necesidades materiales y espirituales (comida y educación...), los deberes del apostolado matrimonial entre los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo... viviendo así uno se está santificando en su vida matrimonial, está siendo buen cristiano. 

¡Que el Señor renueve en todos los que estáis casados vuestro compromiso matrimonial!