XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30: “La Palabra de Dios discierne nuestro corazón”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

Quiero partir de la idea de la segunda lectura de la carta a los hebreos: La palabra de Dios discierne nuestro corazón, penetra hasta lo profundo como espada de doble filo, llega a los deseos y las intenciones del corazón humano. ¡Qué importante! Cualquier persona que se acerque a la Palabra de Dios va a encontrar algo que le resulte interesante para su vida. Tenemos que descubrir la necesidad de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede hacer aclarar nuestra vida, discernir nuestras intenciones, ayudarnos a crecer. La Palabra de Dios que leemos en la Eucaristía siempre tiene un mensaje interesante para el ser humano. 

En concreto hoy quiere discernir en nosotros qué es lo que realmente nos resulta primordial en nuestra vida. Está bien que recordemos, para ver el tema de hoy, el primer mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas” (que pone a Dios como lo más importante de la vida del creyente) y la primera bienaventuranza: “Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos” (que dice que para tener el reino de los cielos hay que ser pobres). ¿Qué es lo más importante? ¿La salud? ¿El dinero? ¿El amor? ¿La belleza?... Cada uno de nosotros tenemos una escala de valores. Tendríamos que descubrir que lo más importante de nuestra vida es Dios; así de sencillo. 

La primera lectura de libro de la Sabiduría nos pone el ejemplo de Salomón que, antes que la belleza, la riqueza o la salud, prefirió la Sabiduría para poder gobernar a su pueblo. Aquí la Sabiduría no se refiere a la inteligencia, sino a la voluntad de Dios. Tendríamos que preferir a Dios por encima de todo y, por eso, tendríamos que amar su voluntad. Es lo que realmente nos puede hacer felices.

 

El texto del Evangelio nos presenta otro caso diferente y con otra conclusión. El “joven rico”, que en este pasaje es “uno”, se acerca a Jesús para preguntarle qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús, le dice que cumpla los mandamientos. No se trata de decir “yo no robo ni mato, luego ya cumplo los mandamientos”; es algo más. Cumplir los mandamientos significa, en positivo, amar a Dios y amar al prójimo y demostrarlo. El joven los cumplía desde pequeño y quería hacer algo más. Jesús le invita a dejar todo lo que tiene y a seguirlo. El joven se marchó triste porque era rico. A continuación Jesucristo hace una reflexión sobre los ricos y la riqueza, que es interesante. ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos, a los que ponen su confianza en la riqueza!

 

No se trata aquí de condenar la riqueza que se ha obtenido injustamente, cosa que normalmente hacen los profetas, sino de condenar la riqueza porque impide creer en Dios. No es que sea mala la riqueza, los bienes materiales no son malos, sólo que quien está acostumbrado a tenerlo todo, a encontrarlo todo en las riquezas que posee, no se siente necesitado de los demás ni de Dios y se cree autosuficiente.

 

Probablemente, casi con seguridad, no se quiere decir que para seguir a Jesús hay que vender todo lo que tiene uno y repartirlo entre los pobres; pero si se quiere decir que las riquezas tienen que ser un medio para vivir dignamente todos, no son un fin en sí mismas. Si se quiere decir que para seguir a Jesús hay que confiar en él más que en uno mismo o más que en las riquezas, cualidades... que uno tiene.

 

Hoy el mensaje de Jesús se acerca a tu corazón para sopesar las motivaciones profundas de tu seguimiento. Si estás aquí en la Iglesia es por algo, es porque buscas o porque has encontrado algo del Cristo que se te ofrece. ¿De verdad Dios es significativo para tu vida? ¿De verdad Dios es lo más importante de tu vida, más que la salud, el dinero, el amor o la belleza? Si es así tienes que descubrir que esta vivencia fundamental de la religión no es sólo algo interior o íntimo, sino que se tiene que manifestar en la vida, en las celebraciones de los sacramentos y en el compromiso de cada día, en las palabras, en las opciones, en las actitudes, en las obras...

 

¡Qué escuchemos la Palabra de Dios, que confrontemos nuestra vida con la Palabra de Dios, que la llevemos a la práctica, que estemos dispuestos a dejar todo por seguir a Jesús, sabiendo que tendremos una gran recompensa!