XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45: “Siervo sufriente, Sumo Sacerdote, Hijo del Hombre”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

Las lecturas de este domingo XXIX del tiempo ordinario nos  presentan tres títulos sobre la persona de Jesucristo: Siervo sufriente, Sumo Sacerdote e Hijo del Hombre; títulos que nos describen quién es Jesucristo y que, indirectamente, nos dicen cómo tiene que ser quien quiera seguir a Jesucristo, de un modo especial los misioneros, hoy que celebramos el día del Domund: “La Palabra, luz para los pueblos”. 

Jesús es el Siervo sufriente. Un siervo es un esclavo, un servidor de los demás. Dice el Evangelio: “El que quiera ser el primero, que sea el servidor y el esclavo de todos... No ha venido para  que le sirvan, sino para servir”. Una verdad que Jesús llevó a cabo en su vida: “Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que despojó de su rango, tomando la condición de esclavo”. Una verdad que es fácil de entender: Hay que servir a los demás; pero que es difícil de vivir, porque buscamos los primeros puestos, sentarnos a la derecha (que es el puesto de mayor dignidad, después de quien preside, una celebración, por ejemplo), que nos sirvan los demás... El cristiano (el misionero) se tiene que distinguir por ser un servidor de los demás. Quien busque otra cosa que no sea servir está fuera de lugar. ¡Que criterio más interesante para todos, y todas las tareas que hacemos en la Iglesia! Vale, quien sirve. 

Además, decíamos que es un siervo sufriente. La primera lectura es parte del cántico del siervo de Yavé, que se lee el viernes santo. Nos recordaba: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”. El texto del Evangelio presentaba un anuncio velado de la pasión de Jesús: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Este sufrimiento de Jesús se presenta como expiación y rescate: “Entregó su vida como expiación” y “dar su vida en rescate por todos”. En una concepción jurídica de la muerte de Jesús, quiere decir que tiene que pagar una deuda a Dios por las ofensas recibidas por los pecados de la humanidad. Dicho de un modo más actual, Jesús entregó su vida por amor a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que le dio  a su propio Hijo”; “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”. Por eso es bueno recordar que el camino del cristiano (del misionero) no es un camino de rosas; es un camino de amor, pero quien quiera amar que aprenda a sufrir. El cristiano (el misionero) es quien se hace solidario con los demás, comparte sus sufrimientos, sus cruces, porque los ama. Otro criterio interesante para todos y para todas las tareas que realizamos en la Iglesia: amar, compartir las cruces, los sufrimientos... 

Jesucristo es el Sumo Sacerdote, el mediador de la Nueva Alianza. Estamos en el Año Sacerdotal (“Fidelidad de Cristo, fidelidad de los sacerdotes”). Los sacerdotes del Antiguo Testamento, para mediar entre Dios y los hombres, ofrecían sacrificios externos a su persona. Jesucristo anula ese culto vacío y externo, que no implica a quien lo realiza, y lo hace, sustituyéndolo por la entrega existencial de la propia vida. Ese sacrifico si le resulta agradable a Dios y nos abre el camino de la amistad con Dios. Todos somos sacerdotes por el sacramento del Bautismo; es decir, todos estamos llamados por Dios a entregarle nuestra vida. El cristiano (el misionero) es el que entrega su vida a Dios. No se trata de entregarle una hora semanal en una tarea concreta, sino todo el tiempo. No se trata de entregarle una dimensión de la persona, el culto en la Iglesia, sino toda la vida. Y esto no es poesía, ni piedad religiosa. Hay quien vive entregándose y hay quien vive reservándose. Otro buen criterio para todos y para todas las acciones de las parroquias: Entregarse a Dios, a su mensaje, a sus criterios, a su evangelio... 

Jesucristo es en Hijo del Hombre. Este título se lo aplica muchas veces Jesucristo a sí mismo; expresa que es verdaderamente hombre. El problema de la primera Iglesia era descubrir que ese hombre era Hijo de Dios; pero es interesante que Jesús tenga interés en mostrarse como plenamente hombre. Dice la segunda lectura: “Probado en todo como nosotros, menos en el pecado”. Vivió plenamente la humanidad, por eso nos puede comprender y acompañar en nuestra vida. Al cristiano (al misionero) se le tiene que distinguir por su humanidad. No tiene sentido determinadas prácticas de beaterías, como si fuésemos ángeles, somos personas; no tienen sentido determinados legalismos y rigorismos en la interpretación de la vida moral, porque desconocen la masa de la que estamos hechos; no tiene sentido determinadas precipitaciones que no respetan los ritmos de las personas, que desconocen que tenemos que ir creciendo en todo, también en la fe; no tiene sentido las faltas de misericordia y compasión. La vivencia correcta de nuestra religión nos tiene que hacer más humanos. Otro criterio interesante para todos y para todas las acciones que realizamos en la Iglesia. 

Que el ejemplo de Cristo nos estimule a ser, para los demás, servidores, que entreguemos nuestra vida y seamos, sencillamente, humanos. La Palabra, ciertamente es luz para los pueblos; primero suele iluminar a las personas.