XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44: “El hombre mira las apariencias, Dios mira el corazón”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

La celebración de este domingo XXXII del tiempo ordinario es una invitación a que seamos auténticos, coherentes, personas con vida interior. Podemos vivir la vida pendientes de lo exterior, de la fachada, de las apariencias, de lo que piense la gente; o podemos vivir la vida pendientes de la riqueza de la vida interior. Los árboles viven de lo que tienen sepultado. 

Para ayudarnos a la reflexión, las lecturas de este domingo nos ponen delante el ejemplo de una viuda. La mujer es un personaje marginado en el tiempo de Jesús. Socialmente no se las consideraba para nada; no se hablaba con ellas en público; religiosamente tampoco tenían ninguna consideración, sólo el hombre podía estudiar las Escrituras. Por eso si la mujer se quedaba viuda, se quedaba totalmente desvalida y desprotegida. Además la viuda de la primera lectura es extranjera. Es decir, estamos hablando de una persona marginada en el tiempo de Jesús, con la que las escrituras tienen una buena consideración: hay que tratar bien a las viudas, porque son seres pobres. Las viudas de hoy están más cuidadas por la sociedad. 

Jesucristo pone como ejemplo a una viuda. Igual que otras veces pone como ejemplo al buen samaritano, o al leproso que era extranjero que se volvió a darle las gracias. La viuda de la primera lectura es ejemplo de confianza en el Señor. Sin tener medios para vivir, está preparando la última hogaza y ya solo le espera la muerte. En esas circunstancias es generosa con el profeta, porque confía en él. La viuda del Evangelio es modelo de generosidad, porque hecha en el cepillo del templo lo que tenía para vivir, aunque fuese poco. 

La viuda es puesta como ejemplo frente a las ofrendas de los ricos, que son más sustanciosas y más ostentosas; frente a las apariencias de los letrados que van buscando el aparentar y el quedar bien; y frente a los letrados que se aprovechan de la religión para vivir de ella, se aprovechan de la religiosidad de las viudas para devorar sus bienes. 

Así, pues, podemos sacar algunas enseñanzas positivas de cómo vivir nuestra religión: 

1ª. Lo más importante es confiar en Dios, aunque nos falten otros medios o nos fallen otros recursos. Confiar en Dios no quiere decir cruzarse de brazos y esperar que los problemas de la vida te los solucione Dios milagrosamente. Confiar en Dios quiere decir hacer todo lo que está de tu mano para solucionar los problemas sabiendo que Dios tiene la última palabra. Es tal la confianza que hemos de tener en Dios que tenemos que aprender a ponernos en las manos del Señor, a entregarle nuestra vida. Para eso es la religión. Lo que hacían los letrados, era al contrario, se querían aprovechar de la religión, explotando a las viudas. Fijaos que es un límite nítido, pero difícil de distinguir en muchos momentos de la vida; pero en definitiva, o te pones en las manos de Dios para que se cumpla su voluntad o intentas dominar a Dios para hacer que se cumpla tu voluntad. Es lo que hace a la religión distinta de la magia. En la religión queremos cumplir la voluntad de Dios; en la magia se pretende controlar la divinidad para ponerla al servicio del hombre. ¡Cuántos actos, supuestamente religiosos esconden un interés por controlar a Dios, para que haga lo que yo quiero! 

2ª. Tanto desde el punto de vista religioso, como desde el punto de vista humano, son importantes los actos que hacemos, pero siempre tienen que ir unidos a actitudes interiores, que son las verdaderas raíces de los actos. Por eso es importante la vida interior, más que lo que aparentamos exteriormente. Si somos buenos tenemos que aparecer como tales, porque sino seríamos un poco tontos. Los seres humanos miramos las apariencias, pero Dios mira el corazón. Así la generosidad de la viuda no se mira por la cantidad que aportó al cepillo del templo, sino por el desprendimiento que tenía de todo lo que poseía. La actitud, la intención, califica sustancialmente al acto, pero no hasta el punto de hacer bueno una acto que de por sí es malo. 

¿Confiamos de verdad en Dios, o confiamos más en nuestros medios, en nuestros bienes, en nuestras posibilidades? ¿Somos personas generosas con las necesidades de los demás o somos tacaños? ¿Miramos el corazón de las personas, intentando ver sus verdaderas actitudes, o nos quedamos en las apariencias?

Que la presencia del Señor en la Eucaristía nos dé confianza en su mensaje y en su persona; que nos ayude a ver a los demás como él nos ve; que nos haga generosos.