XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13, 24-32: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

              El tema de las lecturas de este domingo XXXIII del tiempo ordinario es el final de los tiempos. Un tema difícil porque con estos temas suelen proliferar grupos religiosos y sectas que son milenaristas, que nos dicen que el final del mundo ya está aquí, y que son apocalípticos, que nos dicen que hay muchas catástrofes que indican la cercanía del final del mundo. Estos grupos suelen adelantar su final fomentando el suicidio colectivo, o suelen utilizar esta idea del final para que se conviertan sus adeptos. Por todo lo que supone es un tema difícil.

 

Podría ser un tema que se silenciase en la liturgia. Se habla porque estamos en el final del año litúrgico. El año litúrgico comienza en el adviento preparándonos para recibir a Jesús, recorre toda la vida de Jesús y termina con el final del tiempo y la fiesta de Cristo Rey, que pone a Jesús como el centro de la historia. No se silencia, pues, sino que, incluso, se remarca de un modo especial.

 

El contenido que se quiere resaltar es que el mundo y el hombre tendrán un final. El tiempo y el espacio, dos categorías humanas, se acabarán con todo lo que eso supone. El final, según las Escrituras, irá precedido por unos signos: tiempos difíciles o una gran tribulación (Este signo se debe a unas circunstancias históricas: la persecución de Antíoco IV en el 167 a. C.; o la caída de Jerusalén en el año 70 d. C.). Otro signo son las catástrofes naturales. Son signos que, casi siempre están presentes en la historia humana. Además es interesante resaltar la presencia del arcángel Miguel, que simboliza el triunfo del bien sobre el mal. El final será la manifestación de la gloria de Dios, venciendo a todos los males de la humanidad. En este final se producirá la segunda venida de Jesucristo a la tierra, en la que se producirá la resurrección de los muertos y el juicio final; la resurrección de la carne (con todas las dificultades imaginativas que supone), y el autojuicio que cada uno hará de sí mismo.

 

Puede parecer un tema como muy lejano, porque queda mucho tiempo para que produzca ese final. El final no es inmediato. Pero nuestro final, el fin de nuestro tiempo, en el ámbito personal, sí está más cercano. Por eso os invito a reflexionar sobre el final del tiempo desde la perspectiva de que nosotros tenemos un final inevitable, sobre el que se me ocurren tres consideraciones:

 

1ª. Es de sabios mirar al futuro. El futuro que nos espera es la muerte. Es un modo oscuro de mirar al futuro. Hay quien se angustia ante semejante panorama, o quien dice pues “comamos y bebamos que mañana moriremos”. También podemos mirar al futuro diciendo: caminemos adelante, Dios nos aguarda, la vida eterna nos espera. Es un modo más positivo de mirar el futuro. Tenemos que “positivizar” el futuro. Desde la perspectiva del encuentro con Dios, esta vida y el modo de vivirla cobran un especial significado: merece la pena amar, merece la pena perdonar...

 

2ª. Hay que interpretar los “signos de los tiempos”, expresión que utiliza Juan XXIII para resaltar todo lo positivo que tiene la cultura actual. No quiere decir, por tanto, ver los signos catastróficos que parece que nos sugiere el Evangelio. Decía el Evangelio: Fijaos en la higuera “cuando las ramas se ponen tiernas y brotan, sabéis que la primavera está cerca... sabed que él está cerca, a la puerta”. Es una invitación a ver todos los indicios del crecimiento del Reino de Dios, que llegará, no como supresión de nuestro mundo, sino como plenificación de todo el esfuerzo humano, de todo lo que hemos progresado. El final no llegará porque el hombre sea malo. El final llegará cuando la humanidad esté preparada para acoger el Reino. Hay que ser positivos.

 

3ª. En esta perspectiva de final, en la que hay que ser positivos, hay que confiar en Dios. Si se acerca el final, no es que Dios nos quiera mal, es que Dios nos quiere junto a él. El salmo responsorial, que es la respuesta a la primera lectura, en la que se anunciaba el final, es una postura totalmente positiva y de confianza en Dios ante el final y ante la muerte. Es el salmo 15.

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa / mi suerte está en tu mano. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón, / se me gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena: / Porque no me entregarás a la muerte / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha”.

 

La perspectiva del final del mundo o del final de nuestra vida no nos debe acobardar, pues no es un final, sino un tránsito, un paso a la otra vida. Confiemos en el Señor.