XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lc 12,13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Ecle 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de sus trabajos y afanes?
Salmo 89: Nuestro refugio de generación en generación.
Col 3,1-5.9-11: Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo
Lc 12,13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?

 

El hombre de los graneros llenos

Recuerdan la sabia pero escéptica frase “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. La encontramos en las lecturas de este domingo 18 del tiempo ordinario, en el libro del Eclesiastés. Y justamente el libro empieza con esa frase, a la que sigue: “¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?”. Pregunta demoledora para quien se la tome en serio; refleja una experiencia de la vaciedad de las cosas de abajo que a muchos les ha provocado la conversión hacia las cosas de arriba. Nos afanamos tanto por tener, por poseer cosas y bienes que cuando nos damos cuenta hemos de dejarlas porque nos ha llegado la hora de la muerte. ¿Y todo esto para qué? En el capítulo segundo de este mismo libro sapiencial de la Biblia leemos: “Pues ¿qué le queda a aquel hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigó bajo el sol?

Para la sabiduría humana el objetivo último es escudriñar el universo y sacar partido o beneficios a las riquezas que esconde. Esto ha posibilitado el desarrollo y la prosperidad de los pueblos, hasta llegar a la Luna o a Marte. La pega que tiene esta sabiduría es que no se preocupa de que esos beneficios extraídos de la Tierra se repartan entre todos sus habitantes, y lo que podía ser bueno se convierte en objeto de discordia y de guerra. Es una sabiduría, la de la razón, la de la ciencia, que ve frustrado su objetivo, porque no ayuda a que los hombres seamos más humanos; pensemos en la bomba atómica y su efecto en Hiroshima.

Por eso el filósofo, o tal vez teólogo, de la Biblia, el Eclesiastés, se pregunta si vale la pena fatigarse tanto para acabar en el hoyo. Digo que tal vez sea teólogo, aunque no lo parece, porque después de dedicar 12 capítulos en este libro bíblico, acaba diciendo: “Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiadodaña la salud. Basta de palabras. Todo está dicho. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal”. Esto sí, esto nos suena a sabiduría de la buena. Si comenzó hablando de la vaciedad de las cosas de abajo acaba orientándonos hacia las cosas de arriba.

Esto es lo que nos propone San Pablo en la segunda lectura, el gran convertido: hemos de buscar lo que buscó Cristo, las cosas de arriba, las cosas de dentro donde está nuestra verdadera riqueza, las cosas a las que aspiramos desde el corazón. Hay que vivir muriendo a lo terrenal, despojarse del “hombre viejo”. Lo dice mejor el Apóstol: “Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, esclavos y libres, sino que Cristo es la síntesis de todo y está en todos”.

Hemos hablado de sabiduría humana y sabiduría divina pero nos habíamos olvidado del hombre de los graneros. Es el retratado por Cristo en la parábola del hombre rico que tuvo una gran cosecha. Podríamos traducir hoy por el hombre afortunado en la ruleta, en la lotería, que después de haberle caído la suerte del dinero, se duerme en él, como si fuera su salvación para siempre y sólo duró unas horas. Por la noche de ese mismo día se murió.

El hombre de los graneros llenos puede ser el de las grandes fortunas, de los que hay pocos en este mundo, o puede ser el de los pequeños ahorros que, siendo tan pobre, tiene puesta su esperanza en ahorrar más. Ya decía el gran Séneca, el tutor de Nerón, “No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”. Bien, pues a estos se refiere Jesús en el evangelio de este domingo. Cuenta la parábola del rico del hombre de los graneros llenos con motivo de la interpelación que le hizo un del público: “Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo”, y Jesús respondió: “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: guardaos toda clase de codicia…”

Jesús quiere ir a la raíz del problema, el problema que está en el corazón del ser humano y que le impide mirar hacia las cosas de arriba, las que le permitirían crecer y disfrutar con lo verdaderamente humano, hasta renovar nuestra vieja condición humana en la nueva, la que es imagen de nuestro Creador.

Muertos y resucitados con Cristo debemos buscar la vida que Cristo buscó, y aunque ya la llevamos dentro por el bautismo, está como recién sembrada, escondida en Dios. Esa vida es la que no se arruga con el paso del tiempo, ni la polilla la puede corroer, porque es la vida misma de Dios por el Espíritu que se nos ha dado.