II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Juan 2, 1-11: «Has guardado el vino bueno hasta ahora»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Has guardado el vino bueno hasta ahora»

Derrotado y deportado el pueblo de Israel sentía el abandono de Dios. Y es por boca del profeta que, esta vez, les anuncia así la salvación: Ya no te llamarán “abandonada”, ni a tu tierra “devastada”; a ti te llamarán “Mi favorita”, y a tu tierra “Desposada”; porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te constituyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo. Sí, hasta ahora, las relaciones de Dios con su pueblo eran como un noviazgo. Con esos altibajos y desavenencias propios de una situación donde el amor todavía no está maduro. Pero el Señor promete el matrimonio. Una alegría definitiva y un amor para siempre. Él mismo será el Esposo de su pueblo.

En Jesús, el Hijo de Dios, ha hecho ya a la humanidad carne de su carne y hueso de sus huesos. El domingo pasado se manifestó como Siervo, y el Padre nos lo presentó como Mesías ungido con el Espíritu. Hoy se presenta ya como ese Esposo, Dios mismo, que llenará de alegría a la esposa, aquella que se sentía abandonada. ¿Qué mejor sitio donde hacer esta revelación que en una boda? Todos recordamos la narración del milagro de Caná. Con todo, lo importante para nosotros, como para aquellos primeros discípulos, no es el milagro en sí, sino su significado. Por eso, el evangelista, que fue testigo, termina diciéndonos: En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.

El vino que habían preparado, se acabó. Con su falta se terminaba la fiesta. María, con su intuición de mujer, tan atenta a los demás, se da cuenta del problema. Por eso acude a su Hijo para que se hiciera cargo de la situación: les falta vino. En estas palabras de María se refleja la condición de un mundo al que le puede faltar la alegría de Dios. Y ella que la ha cantado con la llegada de su Hijo, acude a él en busca de la solución. Pero Jesús le responde: Mujer (que era el nombre de Eva) todavía no ha llegado mi hora. Esa hora, será la hora de la cruz, donde ya le dirá: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Es entonces cuando María será ya la Nueva Eva o Madre de la nueva humanidad: los hermanos de Jesús. La Iglesia por la que se entregó como Esposo para siempre. Pero María no se conforma. Y así obliga a su Hijo a anticipar simbólicamente ese destino, ese desposorio suyo con la Iglesia. Y les dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos. Significaban, pues, la antigua alianza con todos sus ritos; esa ley antigua grabada en piedra como institución inmutable. Sólo que ya ¡estaban vacías!, como vacío quedaría todo aquel testamento ante el vino abundante de Jesús. Por eso manda “llenadlas”. Y las llenaron hasta arriba. Sólo él llevará a pleno cumplimiento el Antiguo Testamento, inaugurando el Nuevo. Por eso, cuando llevaron al mayordomo el vino nuevo de Jesús, reconoció ante el novio: “has guardado el vino bueno hasta ahora”.

Sí, aquel vino presagiaba ya aquel otro que tomó en sus manos el Señor para convertirlo en el signo de su sangre. Esa con la que nos limpiaría para hacernos Iglesia, que es la esposa del Señor. Sí, es la misma que mañana nos dará para que no se acabe la fiesta. En ella se hace sacramento el amor irrevocable del Señor. Ese amor que puede convertir en gozo nuestras penas. Ese amor que nos da fuerza para luchar con ilusión. Ese amor que nos da seguridad en nuestros mejores empeños. Ese amor que nos hace disfrutar con nuestra propia misión, como don del Espíritu. Hoy nos dice el Apóstol: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.