VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 6, 27-38: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»

El hombre está hecho para la comunión, por eso sufre con las rupturas, por eso aspira siempre a la paz. Toda la historia de la humanidad está trenzada de ambiciones que esclavizan y de rebeldías contra esa violencia. Sí, la historia de la humanidad parece encerrada en ese círculo, cansino y diabólico, de una violencia respondida con otra violencia. La paz siempre parece una aspiración utópica, un ideal nunca logrado totalmente. Dios, que nos hizo para el amor y la paz, como reflejo de su propio misterio personal, nos quiere dar hoy su estrategia, ese mecanismo que puede destruir el círculo maldito que aprisiona las mejores aspiraciones de la humanidad. Y no quiere simplemente repetir un tópico sino darnos un ejemplo vivo, una realidad hecha historia. Escuchamos hoy lo que hizo David cuando tuvo en sus manos al Rey Saúl, que lo perseguía a muerte. Allí estaba Saúl durmiendo en la tienda del campamento y David logró entrar, pero no atentó contra la vida del Rey. Se limitó a tomar la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y marcharse mientras todos dormían. Y cuando ya estuvo lejos, desde lo alto de una cima, gritó: Aquí está la lanza del Rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor. Y es que David era un joven piadoso y le dejaba el juicio a Dios; y es que David quería romper el odio con la lealtad, la injusticia con la razón.

Pero David era sólo figura, un destello del que había de venir como Príncipe de la paz. Hoy es Jesús quien nos dice con toda claridad: A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian, al que te pegue en una mejilla preséntale la otra. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Y termina por darnos la consigna que ha de regular las relaciones humanas: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. No, Jesús no venía a levantar heridas, no se presentaba como un líder revolucionario. Él venía, más bien, a inmunizarnos el corazón de toda esa tentación, que siempre nos acecha, de responder a la violencia con otra violencia, al mal con otro mal, a la injusticia con otra injusticia. Y la medicina es la misericordia del Padre, de la que él es el mejor experto. Por eso nos dice hoy dónde está el secreto para lograr la paz: Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Este ideal es una justicia nueva, la de los hijos de Dios, y por eso su medida es el amor de Dios. Así la regla es: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Ahora entendemos por qué David supo reaccionar de aquella manera, por ser piadoso. Y por qué dejó entonces el juicio a Dios, como hoy termina por recomendarnos Jesús: No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

Y es que desde el principio el hombre está hecho a imagen de Dios, como hijo. Y fue el Maligno quien inoculó la codicia que destruye la comunión y da origen a la injusticia y a la violencia. Pero Jesús ha venido a restaurar el ideal, el parecido con nuestro Padre, para que podamos tratarnos como hermanos. Ha venido a destruir el círculo diabólico de la violencia que impide la paz. Ha venido ha reconciliar a los hombres con Dios, para que sean capaces de reconciliarse entre sí. Ha venido de la comunión íntima con Dios en el cielo para mostrarnos así el secreto de la paciencia frente al ofensor, del bien frente al mal, del amor frente al rechazo, de la vida frente a la muerte. En él se ha manifestado la imagen del hombre celestial frente al hombre terreno, arrastrado por sus reacciones instintivas. Es San Pablo quien nos lo expresa hoy así: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre, es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales; nosotros que somos imagen del terreno, lo seremos del hombre celestial.