Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 20, 1-9 : «¡Ha resucitado!»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«¡Ha resucitado!»

En esta noche santa, los cristianos nos reunimos para la mayor celebración de todo el año. Es una noche de vela en honor del Señor. San Agustín ya lo explicaba así: Si San Pablo nos invita a imitarlo en sus vigilias, ¡con cuánta más razón deberá hacerse en la noche que es la madre de todas las santas vigilias!; al velar, renovando la memoria de su resurrección, la realizamos en nosotros. Y es que los cristianos, como nos recomienda el evangelio, debemos asemejarnos a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

A través del paso de la noche al nuevo día, se significa y se hace presente el misterio del tránsito de Jesús de este mundo al Padre: Él quiere pasar consigo a la Iglesia de las tinieblas de la muerte y del pecado a la luz de la resurrección y la vida. La hora nocturna ha sido escogida, pues, como signo de la fe cristiana. Esa noche de la fe que vive la Iglesia, mientras peregrina en el mundo. Con Ella hacemos esta noche lo que debemos hacer siempre espiritualmente, siguiendo la indicación de Dios: Israel, estate preparado para el encuentro con tu Señor. Sí, esta noche la Iglesia se experimenta como esposa desvelada que espera la vuelta de su esposo y Señor. Es una celebración larga, de alegría sostenida, porque ya lo dijo Jesús: Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela.

Precisamente para la espera y el camino de la fe, la Iglesia tiene el Libro de la Escrituras que mantiene y alimenta su esperanza en la futura resurrección; la consumación de la vida cristiana. Se trata de experimentar esta noche, de un modo especial, el consuelo de las Escrituras. Por eso, sin prisas y con atención, escuchamos esta noche las mejores páginas que marcan los hitos de la historia de la salvación. Y las escuchamos a la luz del nuevo cirio, signo del Resucitado. Porque todas esas proezas de Dios cobran en Él su sentido y significado definitivo, la cumbre cumplida y lograda. Esta noche, más que nunca, nos podemos experimentar como hermanos que caminan hacia la casa paterna: ese hogar eterno donde Él, que es nuestra cabeza, ha ido primero a prepararnos sitio. Esta noche los cristianos celebramos lo que somos, porque somos lo que celebramos.

Acudamos. Hagamos fiesta sin dormir, que ya estamos en el día. Despeguémonos del sueño y la inconsciencia, de ese apego a lo que es sólo terreno. Levantémonos para buscar, como dice San Pablo, las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiremos a esas cosas de lo alto sin dejarnos arrastrar sólo por las de aquí abajo. Porque, como nos sigue diciendo el Apóstol, también nosotros hemos muerto con Cristo y nuestra vida está ya oculta con Él en Dios. Sí, en esta noche renovamos nuestro bautismo y celebramos la más importante eucaristía de todo el año, que es siempre acción de gracias por el triunfo obtenido. Inauguramos el Domingo de Resurrección: un día nuevo que la Iglesia prolonga, en alegría, durante 50 días. Es el tiempo de las apariciones del Resucitado a los suyos; y el tiempo en la espera de ser llenos de su Espíritu.

María la Magdalena es hoy el modelo de cómo acudir, aunque nos falte fe. Seguramente no durmió, angustiada y anhelante de poder volver junto a su Señor, aunque estuviese muerto. Y así, aún era de noche cuando corrió al sepulcro; aún estaba envuelta en tinieblas, porque lo creía muerto. Estaba bajo el «shock» del final de su Maestro; bajo esa frustración de todas sus esperanzas. Al ver de lejos la piedra corrida, no continuó, sino que corrió a decírselo a los discípulos: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Y así también acudieron Pedro y Juan. El discípulo que cuando llegó vio y creyó. Es el Señor que los disponía en la fe, como hoy a nosotros, para el encuentro con Él.