XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 9, 51-62: «Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén»

En el orden dispuesto por el Creador, cada ser es apreciado por el bien que aporta; por aquello a lo que ha sido ordenado. Para el hombre, Dios reservó un don por el que es semejante a Él: la libertad que nos hace capaces de amar. Porque el amor es don sin coacción. La libertad nos permite decidir a qué entregar el corazón. Por eso, cada ser humano vale según lo que más pesa en su corazón; cada hombre, cada mujer se mide por lo que más ama, aquello que ha prendido su libertad y a lo que se entrega. Es lo que hoy dan en llamar la “opción fundamental”, es decir, la opción por aquello a lo que cada uno condiciona todo lo demás; aquello por lo que lucha, para lo que vive, y en lo que gasta su vida, sobre todo. Cuando de esto se trata, la decisión no admite componendas, ha de ser radical; la autodonación ha de ser total. La madurez del hombre comienza, cuando descubre cuál ha de ser esta su opción vital.

A veces es el Señor quien sale al encuentro para decirle a alguien, con toda claridad, cuál ha de ser la decisión a tomar; su misión en la vida al servicio de sus planes de salvación para los demás. La primera lectura nos cuenta hoy cómo el Señor le encargó a Elías, su profeta, que fuera en busca de Eliseo, para sucederle en su tarea. Elías marchó y encontró a Eliseo arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto. Eliseo, entonces, lo entendió. Cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio. Sí, lo dejó todo, porque lo primero era lo que le pedía el Señor. Cambió su opción fundamental: de ocuparse de sus tierras, pasó a la tarea de anunciar el mensaje de Dios. Y es que él tenía muy claro lo que hoy proclama el Salmista: El Señor es el lote de mi heredad. No, su herencia no era su hacienda, sino lo que el Señor nos quiere dar.

Pero nadie como Jesús nos ha enseñado ha tomar la decisión fundamental. Nos dice hoy el evangelio que cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Sí, hermanos, Él sabía perfectamente lo que le esperaba. Sabía que se metía en la boca del lobo. Pero no le importó, y tomó, con plena conciencia, su decisión. Porque también sabía que era la hora indicada por su Padre para subir al cielo. Y esta era su opción fundamental: para esto había venido y ese sería ya el destino de toda la humanidad. Con su opción tan rotunda quería mostrar que Dios es lo primero, y llegar al cielo lo fundamental. El caso es que, por el camino, algunos se le acercaban con la pretensión de ir con Él: “Te seguiré a donde vayas” –le dijo uno–, pero Jesús le advirtió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. No, humanamente hablando, seguir a Jesús no traía ventajas. Pero, además, exige algo sólo Él puede pedir: no se trata de hacer la opción por algo que Él pueda dar, sino de hacer la opción por Él, sin más. A otro, que el Señor pensó lo podía entender, le dijo: “Sígueme”. Y éste respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. No era un achaque, sino verdad. ¿Y habrá un deber más sagrado, una ocasión más extrema, una situación más apremiante de la que le manifiesta el muchacho? Pero el Señor, entonces, le dice algo que hoy, hasta nos puede escandalizar: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Sí, el Reino de Dios está por delante de todo lo demás. También un tercero le responde: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”. Y Jesús volvió a insistir: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. Seguro que Jesús se acordó de Eliseo y su yunta, y por eso le pidió que dejara todo atrás. Porque el Reino es lo primero; aquello que exige plena disponibilidad, sin ataduras que frenen: justo porque está ahí el secreto de nuestra libertad, esa que es nuestra vocación, como nos dice hoy el Apóstol: No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.