XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 10, 25-37: «¿Quién es mi prójimo?»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«¿Quién es mi prójimo?»

A las puertas ya de la tierra prometida, Moisés quiso recordar a los israelitas los preceptos y normas de Dios por las que habrían de regirse como pueblo. Aquella ley que el Señor les dio era signo de su amor. En ella se reflejaban las exigencias del amor sincero a Dios y a los demás, como fuente de la verdadera justicia. Por la alianza, habían sido consagrados para ser signo entre las naciones de lo que es justo, según Dios. Por eso, recomienda finalmente al pueblo: «Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable... El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo». Sí, la ley del Señor responde a las exigencias más nobles del corazón. No es algo ajeno o extraño a las aspiraciones mejores de los hombres, sino su concreción ideal.

Pero aquel pueblo falló. No se mantuvo a la altura de su vocación. Y, entonces, Dios nos dio un signo mucho mejor: su propio Hijo hecho carne e historia concreta. Es Jesús el enviado por Dios para mostrar a los hombres el cumplimiento perfecto, en el amor, de lo que aquella ley entrañaba. No sólo para vivir con justicia en este mundo, sino para lograr la vida eterna. Hoy se le acerca un maestro entendido en aquella ley antigua y le pregunta para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Pero Jesús, en vez de responder, le pregunta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?». El letrado contesta: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». El Señor, entonces, se limita a decir: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida». Pero el letrado quiere que Jesús se defina más; que declare cómo interpreta y entiende la ley, en realidad. Por eso, insiste: «¿Y quién es mi prójimo?». Con este modo de plantear la cuestión, el letrado aquel manifestaba su postura ante la ley, donde el centro era él: quién es mi prójimo –pregunta–. Y Jesús le responde con la parábola del buen samaritano, para hacernos ver que no se trata de amar al que me es próximo y cercano; aquellos con los que me entiendo y rozo; sino de hacerse más bien prójimo de todo el que está en necesidad de ayuda; de olvidarse más de uno mismo y de sus cosas, para interesarse y ocuparse del otro también.

Junto al que dejaron medio muerto los ladrones, pasaron un sacerdote y un levita que volvían de su servicio en el templo, de regreso a su casa. Y pasaron de largo, dando un rodeo, para no tener complicaciones. Se olvidaron de que el sacrificio que Dios prefiere es la misericordia. Se parecen a tantos que no hacen mal a nadie y cumplen incluso con sus obligaciones religiosas, pero que van a lo suyo; pendientes de sus cosas y sus asuntos –que ya tienen bastante–, sin querer complicarse con los problemas de los demás. Conviven y tratan con los que le son próximos, pero no se hacen prójimos de los que están más allá de su casa y de los suyos... En cambio, el samaritano aquél que pasaba de viaje entre extraños que no lo miraban bien, se acercó olvidándose de sus prisas y sus negocios para atender al que necesitaba ayuda. No le importó ni raza ni condición. Se trataba de un ser humano al que atender y tuvo misericordia. Hizo todo lo que pudo por él. Gastó tiempo y dinero, sin reparo alguno, ni pensar si se lo podrían devolver. Más bien, prometió regresar para saldar todos los gastos extras... Y Jesús, hace entonces la pregunta correcta al letrado aquel: «¿Cuál te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Es aquí donde está el problema, hermanos: no se trata de saber quién es mi prójimo, sino de hacerme yo prójimo de aquel que lo necesita.

Y es que, en realidad, es Jesús mismo el que se hizo buen samaritano de todo hombre y mujer que necesita de Él y su salvación, al hacerse hombre. Por eso, S. Pablo nos dirá hoy que «en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud». La plenitud de la ley de Dios y su amor...