XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 18, 1-8: «Dios hará justicia a los elegidos que le gritan»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Dios hará justicia a los elegidos que le gritan»

La primera lectura nos relata cómo la oración de Moisés salvaba al pueblo, atacado por Amelec: Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Abimelec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. El Señor quiere instruirnos hoy sobre la necesidad de la oración; quiere clavarnos más a fondo esa convicción que cantamos hoy con el salmista: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Para explicarnos por qué hemos de orar siempre, sin desanimarnos, Jesús nos propone esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios, ni le importaban los hombres. En la misma ciudad, había una viuda que solía ir a decirle: «hazme justicia frente al que, viéndome indefensa, se quiere aprovechar». Pero aquel juez se negaba a atender su petición. Nosotros sabemos que, sin embargo, Dios está de parte de la viuda. Son muchas las veces, que Él mismo se presenta en la Biblia como «el defensor de las viudas» (Sal 68, 6; 146, 9). Y, por eso, manda «defender siempre su causa» (Is 1, 17.23), mientras «maldice a quien las despoje de sus bienes» (Is 10, 1-2). Y es que Dios se pone siempre de parte del débil y frente al fuerte que pretende abusar. Jesús califica de injusto a aquel juez, precisamente por no decidirse a hacer justicia según el modo de ser justo Dios. Pero nos sigue contando que aquel juez, pasado un tiempo, se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara». Y el Señor nos saca, entonces, la lección: «Fijaos lo que termina por hacer aquel juez, que es injusto. Pues entonces Dios, que está lleno de bondad, ¿no hará justicia a los elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas, como aquel juez? Os aseguro que les hará justicia sin tardar». Nosotros sabemos que, según Jesús, los elegidos de Dios son los pobres y despreciados, como se verá al final. Son estos los que necesitan esperanza y Jesús se la quiere dar. Por eso recomienda la oración sin cesar...

Perseverar en la oración es tanto como expresar que nos apoyamos en Dios y eso es creer. Suplicar a Dios significa que, a pesar de las situaciones y frente a toda contradicción, se sigue esperando en Aquél que tiene la última palabra. Pedir quiere decir no dudar de que Dios no nos puede fallar, si es justo lo que pedimos. Rezar no es dirigirse a Dios con la simple esperanza de que «quizás» o «seguramente» nos escuchará, sino con la certeza cierta de que siempre está atento y llevará a plenitud nuestros mejores deseos. El Señor no nos recomienda la oración porque Dios quiera «hacerse de rogar» o porque Él necesite de una plegaria insistente para decidirse a actuar. En su momento más difícil, Jesús invitó a sus discípulos a orar con Él «para no caer en tentación». Sencillamente porque, dejar de orar es exponerse a caer en el ámbito de la lejanía de Dios; es arriesgarse a perder el «sentido de Dios»; es aventurarse al peligro de vivir como si no existiese. La oración cristiana es siempre a un Dios que nos ha mostrado con creces que siempre está de parte de quienes lo necesitan. En la oración hacemos nuestra la actitud más profunda de Jesús; aquella en la que supo dejarse en las manos de su Padre, sabiendo que es «el que hace justicia». Con la oración alimentamos la comunión con el que más nos quiere y mejor nos puede comprender.

S. Pablo nos dice hoy dónde se puede inspirar mejor nuestra oración. Se lo decía a Timoteo; y, por su boca, el Señor a ti hoy también: Es la Sagrada Escritura –le decía– quien puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda la Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Sí, la Escritura es el mejor libro para saber lo que Dios quiere y cómo se lo podemos pedir.