II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Juan 1, 35-42: "Rabí, ¿dónde vives?"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Rabí, ¿dónde vives?"

Jesús, después de ser bautizado, comienza su ministerio. Sí, ya no esta sólo, va acompañado de un grupo de discípulos que comparten su experiencia y son testigos directos de sus obras y palabras. Los evangelistas no sólo se han preocupado de transmitirnos noticias sobre los discípulos del Señor, sino que nos muestran cómo en el tiempo de la Iglesia podemos convertirnos en discípulos de Jesús, a través de qué caminos se puede continuar aquel discipulado cristiano que ha comenzado en el curso de la misión histórica de Jesús y ha sido reanudado después de su Pascua. A toda esta problemática responde el pasaje evangélico de este Domingo, el cual, a pesar de su brevedad, traza un itinerario vocacional válido para todo el tiempo de la Iglesia, y que se resume en estos términos: la vocación cristiana nace de la confesión de fe de un testigo; la vocación madura a través de la experiencia personal del discípulo con Jesús; la fe madura es capaz de expresarse mediante un testimonio vocacionalmente fecundo.

En el Cuarto Evangelio, Juan Bautista encarna la figura típica del testigo del Señor. El suyo es un auténtico testimonio de fe, que sabe presentar a sus discípulos, invitándoles a fijar su mirada en Jesús. Lo hace de un modo tan convincente que, según nos relata el Evangelista, sus discípulos, oyéndole hablar así, siguieron a Jesús. El seguimiento de Jesús viene provocado por el testimonio de un hombre que se pone como mediador entre los Discípulos y Jesús. Es la fuerza del testimonio del Bautista la que provoca un cambio radical en la vida de dos personas que, de sus discípulos, se convierten en discípulos de Jesús.

La vocación de Samuel, de la que nos habla la primera lectura de hoy, posee un origen diverso, ya que es Dios mismo el que le llama con insistencia. No obstante, también en este caso, una mediación humana será determinante. Sí, el sacerdote Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y así le abrió el camino al coloquio personal con Dios. Le dice: Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". Así, Samuel vivirá una experiencia religiosa indescifrable sin la ayuda de Elí.

Pero, ¿qué se busca cuando se sigue al Señor? Las primeras palabras que Él pronuncia hoy en el Evangelio: "¿Qué buscáis?", son muy clarificadoras. Muchas pueden ser las esperanzas puestas en el seguimiento; algunas legítimas, otras, quizás menos; incluso, algunas pueden ser ingenuas ilusiones que se transforman rápidamente en amargas desilusiones. Debemos clarificarnos, el mismo Jesús nos lo exige. Y es que, el discípulo de Jesús debe hacer de su camino de fe una constante búsqueda que le lleve a evitar mimetizar modelos estereotipados de discipulado cristiano, pasivamente recibidos sin una verdadera implicación de toda la persona en la comunión con el Señor Jesús.

La respuesta de los discípulos a la pregunta de Jesús, manifiesta la voluntad de compartir su misma vida y destino. ¿Dónde vives? Sí, es un verdadero interés por la persona de Jesús, por el misterio de su vida con la disponibilidad de estar donde Él resida, en una comunión de experiencia existencial. Esta es la perspectiva justa del discípulo de Jesús. Él mismo se lo confirma: "Venid y lo veréis". Se entra en el misterio de Cristo, con la posibilidad de asimilar la lógica de su vida, el estilo de su comportamiento, a través de la perseverancia en un camino de fe lento y fatigoso, que gradualmente introduce en la sabiduría de Dios. Es, justamente, lo que hicieron los primeros discípulos: fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. El Evangelista precisa la hora del encuentro porque la experiencia prolongada con Jesús en el lugar donde Él vive es fundamental para adquirir la madurez de la fe, siendo anticipación profética de la vocación de cada hombre a la plena comunión con Dios.

El verdadero lugar donde vive Jesús es, sin duda alguna, el Padre. Él es quien nos lo revela, ya que desde siempre estaba junto a Él y, entrando en la historia, no ha dejado de estar en el seno del Padre. Una vez resucitado, vuelve al Padre suyo y Padre Nuestro. No obstante, a través del dialogo prolongado con el Resucitado, que vive en la realidad sacramental de la Iglesia, el discípulo adquiere una madurez de fe que le permite estar dentro de la historia de los hombres participando, al mismo tiempo, de la Sabiduría divina que humaniza la vida y abre el diálogo sin fin en la gloria del Padre.