III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 1, 14-20: "Dejaron las redes, y le siguieron"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Dejaron las redes, y le siguieron"

Hay una palabra que se ha repite en la lectura evangélica de hoy. Es ésta: dejaron. "Dejaron las redes y le siguieron". "Dejaron a su padre Zebedeo..." Cosa difícil dejar. ¡Cosa difícil! Acaso lo más difícil que hay en el mundo para nosotros. Dejar el dinero, dejar aquella amistad... Dejar la casa, la tierra, la vida. ¡Dejar! Cosa siempre dolorosa; porque, con frecuencia, supone el tener que arrancarse. En dos circunstancias resulta especialmente difícil. Me lo recuerda aquella palabra de Pedro: "Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". ¿Todo? Sí, porque él no tenía más que las redes y las dejó. Depende de lo que uno tiene. Puede que sea una miseria; y no por eso resulta menos difícil. Otra circunstancia: si uno tiene el corazón puesto en aquello, aunque no nos sea necesario para vivir. Como en el caso de aquel joven del Evangelio, que vino a Jesús. Era rico. Le dijo Jesús: "Anda, vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres; luego ven y sígueme". El joven se entristeció y se alejó de Jesús. Cuando se tiene el corazón puesto en las cosas, es bien difícil dejarlas.

Y es que la dificultad no está precisamente en las cosas, sino en nosotros mismos. Nosotros ponemos el afecto en aquello que amamos. Al ponerlo en algo concreto, salgo de mÍ para meterme en la cosa. Me abrazo con ella. Entonces ella me coge, y ya es difícil que me suelte. Así, lo realmente difícil no es dejar, sino soltarse. El afecto del corazón nos hace esclavos de aquello que amamos.

Y, sin embargo, es necesario dejar. Precisamente aquí está el secreto de la vida: dejar y aprender a dejar. Si no nos soltamos y dejamos aquello que nos retiene, jamás seremos personas libres. Nunca llegaremos a ser adultos. Es ley de vida. En la medida que el hombre deja más, es más hombre; tiene mayor libertad. Hay que estar muriendo continuamente, para vivir. Dejando, vamos naciendo a una vida mejor. Lo dijo el Señor: "El que ama su vida, la perderá; el que la pierda por mi, la guarda para la vida eterna". Entonces el problema fundamental es que aprendamos a dejar. Es aquí donde radica también todo el problema de la educación para la vida.

La libertad no es problema de anchura, sino de profundidad. Y también de altura. Para ser libre he de poseerme a mÍ mismo. El problema es ser. El hombre, por naturaleza, tiende siempre a ser esclavo. El único que puede librarlo es el Señor. En el Evangelio de hoy nos ofrece una lección profunda: "Venid conmigo ? les dijo Jesús ?, y os hará pescadores de hombres" Es el camino del amor el que aquí se indica: "conmigo". Les ensanchó el horizonte. Les hizo trascender toda la anchura del mundo, para contemplar la belleza del Reino de los cielos. Por estos caminos quizás acertemos a ser más libres. Por aquí es posible que alcancemos la técnica del dejar y del arrancarse, para ser adultos, para ser personas, para ser cristianos. "Porque, si alguno me sigue, y no deja a su padre y a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta sí mismo, no puede ser mi discípulo".

Me dices tú: Eso vale para Vd., que dejó su casa y su familia hace mucho tiempo, para ser sacerdote. O para esas Religiosas, que se arrancaron de los suyos un día. Pero para mí es tarde. Me resulta imposible. Porque tendría que dejar a mi mujer y a mis hijos. Yo tengo ya mi ocupación, me debo a mi negocio, a mi cargo, a mi trabajo. No tengo tiempo para más. Hermano: Supuesta la diversidad de oficios y de ocupaciones, todos podemos oír y debemos aceptar esta palabra: "Ven conmigo, te haré pescador de hombres" ¿Piensas que sólo yo puedo ser instrumento de Jesucristo? ... Te equivocas. En la Iglesia todos podemos y debemos ser instrumento suyo, cada cual desde el puesto que tiene en la vida. Mientras estás con tu mujer y con tus hijos, mientras trabajas en lo tuyo, puedes tener el corazón en Jesucristo?... ¡Puedes! Entonces debes ejercitarte también en dejar. Vale también para ti esta consigna.

¿Tienes un negocio? Ocúpate de él; es tu obligación, lo quiere Dios. Pero ten cuidado, no te hagas esclavo de tu negocio. No seamos esclavos de nada ni de nadie. Ni en el mundo, ni en la Iglesia. Que también podría ocurrir. No nos atemos a nada, sino al Señor. Que sirviéndole fielmente toda vuestra vida, podamos mostrar a los hombres los horizontes del Reino de Dios.