VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 2, 1-12: "Tus pecados quedan perdonados"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Tus pecados quedan perdonados"

Una vez que comenté el pasaje evangélico de este Domingo a un grupo de Primera Comunión, pregunté a uno de los niños: Vamos a ver, ¿puedo yo perdonarte los pecados? Me respondió enseguida: "Claro que sí. Bien - le respondí -; entonces, yo soy Dios". Me dijo: "Eso, no. ¿Es que tú no has oído lo que acabamos de leer en el Evangelio: Nadie más que Dios puede perdonar los pecados?...". Ante la perplejidad, yo insistí: "Tú te confiesas con tu Párroco, y él te perdona todos los pecados, ¿no es así? Sí. Pues entonces, tu Párroco es Dios". El muchacho no acertaba a darme la respuesta. Le pregunté a otro niño de los que estaban en los primeros bancos, que sin titubear, me dijo con todo aplomo: "No es Dios, pero es Secretario de Dios".

Sólo Dios puede perdonar pecados. Y sólo Él los perdona. Con esta afirmación expresamos a un tiempo la realidad misteriosa del pecado - ahora son muchos los que la desprecian -, y el poder misericordioso de Dios, su amor infinito para con todos los hombres, puesto que todos somos pecadores. Esta convicción pertenece a la fe del Pueblo de Dios en todos los tiempos, desde los comienzos de la Historia de la Salvación. La revelación cristiana añade otros dos elementos: Que nos perdona en Jesucristo. E1 Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados. Y que ese perdón de Jesucristo nos llega por el ministerio de la Iglesia. Son, en un solo misterio, cuatro realidades de fe, que nosotros expresamos cada domingo al hacer nuestra confesión: Creo en el perdón de los pecados.

Aquel día en Cafarnaún, la gente que llenaba la casa y oía la predicación de Jesús pudo ver con sus propios ojos la maravilla. Observó la reacción del Señor ante la presencia del enfermo, descolgado desde el terrado por sus amigos, para pedir su curación. Se dieron cuenta de que Jesús había leído en el corazón de los escribas presentes aquellos sus pensamientos de duda y de censura, ante las palabras del Maestro: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". Luego vieron admirados cómo el paralítico saltaba de su camilla y caminaba por sus propios pies. La gente estaba fuera de sí; y glorificaban a Dios diciendo: "Nunca hemos visto cosa igual".

Nosotros ahora caminamos en pura fe; no vemos, pero creemos. "Dichosos los que, sin ver, creen" (Jn 20, 29). Cuando oímos la palabra del Evangelio, contemplamos a Jesús presente entre nosotros. Pensamos en nuestro corazón cristiano: Sólo Dios puede perdonar pecados. Y nos los perdona en Cristo Jesús. ¡Tantas veces me perdonó a mí! Llenos de gratitud admiramos la bondad del Señor; de este Jesús que está siempre con nosotros en la asamblea sagrada, en actitud de misericordia y de perdón para cuantos a Él se acercan.

Habla hoy el profeta Isaías con los cautivos, desterrados en Babilonia, en el nombre del Señor, para levantar su animo a la esperanza. Ellos, en su desgracia, recordaban con nostalgia la historia de las antiguas intervenciones del Dios Salvador, en favor de su pueblo, Israel. Les decía: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo". Efectivamente, a través de la Historia de Israel, las manifestaciones de la bondad de Dios para con su pueblo escogido se van haciendo cada vez más claras y más firmes; hasta la llegada de Jesucristo. Con él se inicia en el mundo el Reino de Dios. A participar en sus bienes salvíficos son llamados todos los hombres sin distinción. Las palabras del Apóstol resuenan también hoy en nuestros oídos: Jesucristo, el Hijo de Dios que predicamos, no es primero "sí" y luego "no". En Él se han cumplido todas las promesas. Jesucristo es el "sí" definitivo; el "amén" de Dios para todos nosotros. La obra redentora de Cristo está en pie para siempre. Como Sumo Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza ha entrado en el Santuario del cielo, por su muerte y resurrección, a presentar ante el Padre su sacrificio. El sacrificio de Jesús permanece en el tiempo por la celebración de la Eucaristía, conforme al encargo recibido del Señor. Así podemos participar en su victoria sobre el pecado y la muerte, alcanzando la salvación.

Si Jesucristo es el "Amén" que Dios nos dice, nos lo repite: cada domingo en la celebración del Misterio Pascual. Que por él, también nosotros acertemos a decir "Amén" para gloria de Dios.