V Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 12,20-33: "Ha llegado la hora"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Ha llegado la hora"

El domingo pasado oímos la voz del Señor, que nos decía: "Como Moisés puso en alto la serpiente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre". Hoy escuchamos de los mismos labios: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.... Ahora es el juicio del mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y yo, cuando seré elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí".

Se trata de un mismo tema. Ambas palabras nos han sido conservadas por el Discípulo Amado. Se acerca por momentos "su hora". Como estamos ya cercanos a la gran celebración de la Pascua, conviene prestar mayor atención al misterio de la muerte redentora.

En el caso de Jesús no hay ambivalencia. Si el término usado puede resultar confuso, ya se encarga el Evangelista de dejarlo bien claro: "Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir". Jesús mismo, cuando se encaminaba a la muerte, empezó su oración sacerdotal en estos términos: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique".

"Cuando yo seré elevado..." La exaltación de Jesús incluye la muerte y la resurrección. El Misterio Pascual integra de manera inefable la humillación y la gloria; unidas y compenetradas para siempre en la obra de Jesucristo, y en nuestro propio destino, como discípulos y seguidores de Jesucristo. El apóstol San Pablo nos habla de este mismo misterio de humillación y de exaltación, con palabras tomadas de un antiquísimo himno litúrgico referido a Jesús: "El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre", de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre"

Las palabras de Jesús "y cuando yo fuere elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí", recuerdan aquellas otras dirigidas a sus oyentes en la sinagoga de Cafarnaum, cuando les reveló el misterio de la Eucaristía. Murmuraban ellos porque les había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Les dijo Jesús: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo trae".

Humanamente hablando la cruz no tiene atractivo alguno. Fuera de la fe, Jesucristo crucificado resulta despreciable para quienes ordenan su vida conforme a criterios humanos. "Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros. Despreciado y desestimado". Así lo contempló el profeta. "Y, con todo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba". Esto lo dice todo; aquí entran en juego la esperanza y el amor.

La palabra del Señor nos invita a seria reflexión; nos da luz al mismo tiempo para orientarnos a la hora de evangelizar, de catequizar, de organizar nuestras celebraciones. Ya está ahí la Semana Santa. Sería necesario examinar nuestra realidad a la luz del Evangelio. Cuando son tantos los que andan preocupados por el alejamiento de muchos, especialmente jóvenes, de las prácticas piadosas y litúrgicas, surge la pregunta: ¿Cómo conseguir atraerlos? Podemos caer entonces en la tentación de olvidar las palabras de Jesús. En la sociedad moderna hay nuevos y poderosos medios de atracción, reclamos fuertes. Pero el Reino de Dios es otra cosa.

Decía Jesús a los judíos que habían creído en. él. "Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres". Cada día está más radicalmente planteado en el mundo el problema de la libertad. Y sólo hay un resorte para traer a todos ?niños, adultos, ancianos? a la auténtica libertad cristiana: mostrarles la verdad. Y la verdad de Dios es una: Jesucristo, y "éste crucificado".

Pidamos al Señor con el Salmista: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro".