Domingo de Ramos, Ciclo B
Marcos 15, 1-39: "En tus manos"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"En tus manos"

"El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: Realmente este hombre era Hijo de Dios" Así termina la lectura de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos. Nada hay en este relato evangélico que no sea objetivo. El evangelista se limita a darnos cuenta de los hechos, con la mayor sobriedad posible. No trata de excitar nuestra compasión; no intercala comentarios ni consideración alguna. Sólo pretende ayudarnos a contemplar esa realidad, que es Jesucristo, en el trance supremo de su pasión y de su muerte.

Al ver cómo había expirado Jesús, el centurión romano, testigo de su ejecución, exclamó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". La muerte de aquel hombre ajusticiado iluminó su corazón. Confesó su fe. También nosotros estamos ahora frente a Jesucristo, que acaba de morir. La liturgia de este día, se inicia con la bendición de los ramos, y nos invita a acompañar al Señor en su entrada en Jerusalén, como Mesías Rey. Gracias a la educación cristiana que hemos recibido desde niños, la nuestra es una fe más ilustrada que la del centurión. Acaso no es más viva. De todas formas, al escuchar la lectura de la Pasión, ella se aviva en el fondo de nuestro corazón cristiano. Se despiertan la confianza y el amor.

La celebración de estos días santos, consagrados a la conmemoración solemne del Misterio Pascual de la muerte y la resurrección de Jesucristo, está ordenada a hacer más firma, más profunda, más fructuosa en nosotros esta convicción, que es la base y la clave de toda nuestra vida cristiana: Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, para salvar a todos los hombres. Jesucristo es el Redentor del mundo. ¡Jesucristo es el Señor!

"El velo del templo se rasgó en dos". Los tres evangelios sinópticos coinciden en anotarlo. Juan, en cambio, lo silencia. Pero es el único que nos dice cómo, viniendo los soldados a rematar a los crucificados, al ver a Jesús ya muerto, uno de ellos "le abrió el costado con su lanza y, al instante, salió sangre y agua". Ambas aperturas, la del velo del templo y la del costado de Jesús, llamaron poderosamente la atención de la Iglesia. Ella, ¡la Esposa!. Y no cabe duda de que, aparte de la misma realidad histórica, hay en ambas un fuerte simbolismo. Para la mayoría de los comentaristas, este rasgarse el velo del templo significa el fin de toda la Alianza Antigua, de toda la liturgia judía, de todo el sacerdocio establecido en Aarón. Aquel templo ha perdido ya su significación. Ya no hay necesidad de sacrificios ni de ofrendas de animales. Tenemos un Sacerdote nuevo y eterno, que acaba de ofrecerse en sacrificio. Él es ahora la única víctima agradable a Dios. Ya no hay velo que oculte el lugar "Santísimo"; no hay estorbos ni dificultades para el diálogo. Ahora, en cambio, tenemos la entrada libre. La muerte de Cristo nos ha abierto de par en par las puertas de la amistad con Dios. No en vano Jesucristo es "el Camino", y la "puerta de las ovejas". Lo es en virtud de su entrega al sacrificio.

Jesucristo, la Palabra de Dios, nos ha revelado plenamente al Padre. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" advirtió aquella noche a Felipe. Toda su vida nos va llevando de la mano hasta la plena revelación de su secreto; ese secreto que Marcos subraya con especial cuidado. Mas al llegar a la muerte, el secreto de su persona queda desvelado; todo se hace luminoso. En contraste con las tinieblas que "inundaron la tierra hasta la media tarde". Toda la bondad, toda la grandeza, todo el poder, toda la belleza, todo el amor y la misericordia de Dios se nos muestran en Jesucristo "y éste crucificado".

Pues bien, procuremos vivir intensamente las celebraciones de la Iglesia en estos días santos. Participemos con toda el alma en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, abriendo nuestro corazón a la gracia de Dios. Dejemos que la luz de arriba llene todo nuestro ser y nuestra vida. Así nosotros, que algún tiempo fuimos tinieblas a causa del pecado, "seremos luz en el Señor". Y podremos iluminar el mundo en que Dios nos ha situado.

Os lo diré hoy con palabras de San Gregorio Magno: "Para que el misterio de la Pasión del Señor no nos resulte inútil, hemos de imitar lo que recibimos y predicar a los demás lo que veneramos" (Morales, 13,23). El Señor hará fecunda nuestra predicación, para que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4).