III Domingo de Pascua, Ciclo B
Lucas 24, 35-48: "Vosotros sois testigos"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Vosotros sois testigos"

La oración que hoy hacemos con toda la Iglesia es la siguiente: "Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente". En el terreno de la vida natural es muy difícil un rejuvenecimiento real. Los intentos de la ciencia para garantizarnos una juventud duradera son vanos. Los años nos dominan sin remedio. Necesariamente declinamos. Pero, en el orden de la vida del espíritu, no debe haber ancianidad. Jesucristo nos da la base para una continua renovación y rejuvenecimiento.

La celebración del Misterio Pascual, en estos días, nos recuerda nuestra realidad cristiana. Estamos bautizados, somos hijos de Dios, hemos recibido el don de la adopción, hemos resucitado con Jesucristo. Todo esto es causa de alegría para cuantos tienen viva su fe. Los discípulos de Jesús se encontraban totalmente hundidos, con motivo de la muerte de su Maestro. Se habían venido abajo. Atemorizados, desilusionados por completo, dominados por la tristeza y por el miedo. La presencia de Jesucristo resucitado les devolvió su fe y su alegría. San Lucas, en el relato evangélico de este día, nos hace imaginar la transformación que se obró en ellos. Las palabras de Jesús nos hablan del cambio obrado en sus corazones. Todavía, escribe San Lucas, que el Señor "les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". Hasta que, recobrados y confortados con la presencia de aquella realidad que tenían ante sus ojos, se obró en ellos una completa renovación.

Nosotros podemos imaginar el cambio. Nosotros, que, con frecuencia, caemos en una situación parecida. Siempre que las cosas nos vienen mal, cada vez que estamos en alguna prueba o tropezamos con dificultades, que nos fuerzan a abrazar generosamente la cruz. Sí, también nosotros nos hundimos, nos entristecemos, nos dejamos vencer por el miedo y la desilusión. Entonces, como los discípulos, necesitamos de la presencia de Jesús.

El Señor fue bueno con ellos. Siempre, como buen Pastor que busca a sus ovejas, fue a su encuentro para ayudarles. Comprensivo y conociendo su situación interior, condescendió hasta dejarse palpar. Les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos. Pidió de comer. Comió y bebió con ellos, como lo recordaba luego San Pedro (Hech 10,41). Mucho antes que San Pablo y mejor que cualquiera otro, Jesús practicó la caridad y la comprensión con los débiles en la fe.

Esta es también una lección necesaria. Hay alrededor de nosotros muchas personas necesitadas de ayuda. Hombres y mujeres de fe débil o dormida. ¿Es que no deberíamos nosotros practicar, a nuestra vez, la comprensión con esas personas, a quienes Jesucristo, no cabe duda, quiere ayudar siempre? ¿Es que no podemos ser nosotros los instrumentos de Jesucristo para que, en contacto con él, renazcan a la fe y a la esperanza? Al tocar este tema yo no puedo menos de recordar a los niños a los adolescentes, a quienes nos debemos, en orden a la educación en su fe cristiana. Hoy nos quejamos de la situación en que se encuentran muchos niños, que parecen no tener padres que se cuiden de ellos y los eduquen cristianamente. Los maestros suelen decir que son los padres quienes han de cuidarse de la educación cristiana, porque la mayoría de sus alumnos no reciben en sus hogares la fe; los padres no la viven. Para nada se preocupan del problema religioso de sus hijos.

Sobre todos nosotros pesa la responsabilidad de educarlos en la fe cristiana. Tenemos la obligación de salir a su encuentro y ayudarles. Su fe es débil. No es posible en esa edad, de ordinario, vivir una fe adulta y fortalecida contra todo peligro. Debemos ser comprensivos con los débiles en la fe. Debemos acercarnos a ellos con todo cariño. Como lo hizo Jesús con sus discípulos cuando vacilaban. Siempre, el contacto con los jóvenes y con los niños, que están llenos de vitalidad, nos rejuvenece. En contacto con los adolescentes, se siente uno siempre joven.

Pero ¡cuidado! más que su juventud, sus inquietudes y su espíritu abierto, lo que a nosotros puede rejuvenecernos, en definitiva, es el contacto con Jesucristo, que, en ellos, sale de nuevo a nuestro encuentro. Viene a nosotros pidiéndonos que le ayudemos. En esos pequeños, Jesucristo reclama comprensión; nuestro cariño y nuestra caridad. En contacto con él, queda renovado nuestro espíritu, siempre se rejuvenece nuestra fe.