Ascención del Señor, Ciclo B
Marcos 16, 15-20: «Id al mundo entero»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Id al mundo entero»

La Ascensión gloriosa es el punto final de la carrera de Jesucristo en este mundo, en el que nosotros vivimos. Cierra el ciclo de todos los misterios de la vida de Cristo, conforme al plan de Dios, que él expuso con toda sencillez: “Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). La Ascensión forma un todo con la resurrección y la entronización de Jesús a la derecha de Dios, como Señor de todas las cosas.

Le vieron subir al cielo. Fue una muestra visible para los discípulos del misterio de la glorificación de Jesús, conforme a la mentalidad que tenían del mundo. Nosotros tenemos un concepto distinto del cosmos. No en vano el progreso de la ciencia nos ofrece un conocimiento más claro del mundo que nos rodea. El hecho de verlo "subir" no es más que un signo de que Dios ha glorificado a "su siervo, Jesús". Y, al mismo tiempo, les cercioraba de la separación de su vivencia habitual con el Maestro. Llegaba el final de aquella convivencia, que había durado todo el tiempo de la vida pública de Jesucristo.

Ahora empezaba el tiempo de la Iglesia. Jesucristo seguirá siempre presente entre los suyos. Pero ya no estará junto a ellos de manera visible. No le podemos ver ni palpar, como cuando caminaba por el mundo como un hombre más entre los hombres. Lo esencial a la fe, respecto de este misterio, es saber que Dios "ha glorificado a su Siervo Jesús" (Act 3,13). Que Jesucristo, en premio a su generosidad, a su humillación y entrega, en aras de su amor al Padre y a todos los hombres, sus hermanos, ha sido revestido de la gloria de Dios y elevado al primer puesto, como Rey y Señor de todos los hombres y de toda la creación. Esto es lo que pertenece a nuestra fe cristiana.

San León, a propósito de la separación entre el Maestro y los suyos, en su homilía en esta festividad, decía: "La fuerza de las almas grandes y la luz de los corazones verdaderamente fieles consiste en creer sin sombra de duda lo que no pueden ver y en fijar el deseo allí donde no pueden fijar sus miradas" (Hom 2ª,1).

Nosotros ahora ya no podemos ver y, sin embargo, creemos. Creemos aquello que nuestros ojos no ven. Lo tenemos por realidad viva. Y nuestros deseos, que siempre suelen tener el peligro de vagar por el mundo, buscando dónde fijarse, se concentran allí, donde él está sentado a la diestra de Dios.

Es éste realmente un pensamiento hermoso. Convenía que Jesús se ausentara. Lo dijo él mismo: “os conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Es necesario que se cumpla el plan de Dios, para que nosotros alcancemos la salvación. Por eso ahora no podemos tener el consuelo de estar físicamente junto a Jesús, como estuvieron los Apóstoles. Viéndole como ellos le veían.

La fiesta de la Ascensión de Jesucristo es una llamada a todo corazón noble y cristiano. San Pablo, en la lectura de hoy, nos recuerda: "Que Dios....ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama". Somos llamados. Tenemos una vocación, en virtud de la cual, caminamos como cristianos. No estamos aquí definitivamente instalados. Se nos llama a otra parte. ¿A dónde? Allí donde está Jesús, que es nuestra Cabeza. Y, puesto que él está ya en la patria, puesto a la meta de nuestra peregrinación, todos sus miembros somos arrastrados hacia él.

Así, la solemnidad de la Ascensión de Jesucristo, nos recuerda nuestra vocación cristiana. Cuando contemplamos al Señor que sube sobre los cielos para sentarse a la diestra de Dios recordamos mejor cuál es y debe ser el objetivo de todas nuestras aspiraciones. Por lo demás, tendremos que caminar con fortaleza. Es virtud propia de las almas nobles. “Nuestras almas están llamadas a lo alto; por lo mismo ?dice San León? no las depriman los deseos terrestres” (Ib, 5).

En la lucha por la vida, al caminar entre tantas cosas que, al fin y al cabo, atraen nuestro corazón o lo deprimen, nosotros no podemos dejarnos arrastrar por nada. Ni podemos hundirnos en la tristeza o el miedo ante las dificultades constantes. Tenemos un asidero firme a que acogernos.

En la carta a los Hebreos se nos dice: “...asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, a donde entró por nosotros como precursor, Jesús” (Heb 6,19-20). Jesús ha entrado allí. Nuestra esperanza, clavada en el cielo, fija ya nuestra vida. Seguimos caminando sin miedo. Podemos navegar por el mundo, sin temer a nada. Sabiendo esto, podemos celebrar con gozo el misterio de la glorificación de Jesús: su Ascensión gloriosa a los cielos.

Para que, avivada nuestra fe y nuestra esperanza, el amor a nuestro Señor nos lleve a caminar por el mundo a la manera como él caminó. Para que también se pueda cumplir en nosotros aquello: "Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre".