XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Juan. 6, 1-15: «Sabiendo que lo querían hacer rey, se retiró a la Montaña él solo»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Sabiendo que lo querían hacer rey, se retiró a la Montaña él solo»

Jesús fue a la otra parte del lago. Lo seguía mucha gente por lo que hacía con los enfermos. Aquella gente sencilla lo seguía por los signos que hacía. Buscaban la solución de sus penas, pero aún no entendían el misterio. Venía de otra orilla y los quería llevar a otra altura. Por eso subió a la montaña. Esta vez quería revelárseles en un signo mejor. Aquel que no sólo quitaba las enfermedades del corazón sino que podía saciar la búsqueda de la verdad y los deseos más intensos de todo corazón.

Comenzó a revelarles otra nueva ley, otro nuevo reino, otro nuevo amor. También sintió su hambre, también quiso saciar el corazón. Los mandó sentar, como en Pascua nueva y les dio el pan, hasta la hartura y sobrar. También los peces que presagiaban el misterio.

Uno de los primeros signos de confesión de la fe era el "pez". Su palabra en griego (Ijzis): "Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, Salvador". Un signo que condensaba el credo de la fe. Un ser que expresaba el misterio pascual. El pez muere al salir de su ámbito acuático y vital, y luego ha de ser cocido para poder alimentar. De aquella orilla del Padre, de aquel ámbito vital de la eternidad, vino el Verbo a esta orilla asumiendo una humanidad terrena y mortal. En ella creció, con ella se manifestó, por ella habló y curó, en ella se entregó. Fue inundada por el Espíritu y sacrificada en el amor. Aquel Espíritu de Dios la coció en la obediencia y el sufrimiento, y la levantó gloriosa en la resurrección, y entonces se hizo don de nueva vida y medicina para un nuevo amor. Por eso resucitado probó su presencia comiendo pez. Y en la otra orilla, en la mañana de Pascua preparó a sus discípulos el almuerzo, también con pez. Era un símbolo de él mismo y su misterio con el que querría identificar a sus discípulos en él.

La Eucaristía es un alimento distinto y especial. En vez de ser asimilado nos asimila a él. En vez de ser transformado, nos transforma en él. Por eso Pablo nos dice: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andáis, como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo y lo invade todo. Es el misterio de Cristo cumplido en nosotros. Es la transformación que hace la Eucaristía.

Aquella gente se sació del pan, calmó su hambre corporal, pero no pudieron entender aún el misterio. Lo vieron como un profeta más, el que tenía que venir al mundo, a ejemplo de Eliseo, que también multiplicó el pan para saciar el hambre de otra vez, y se lo quisieron llevar para proclamarlo rey y solucionar sus vidas. Pero Jesús se retiró otra vez a la montaña él solo. Era el presagio de su subida a otro reinado que no es de este mundo.

Cada domingo los cristianos celebramos el misterio que aquella vez se presagió. Cada domingo renovamos otro estilo, otra vida y otro amor. El único que puede saciar hasta de sobra el corazón. Todos luchamos por lograr. Todos vivimos por conseguir. Todos deseamos la felicidad. Pero ningún otro bien, ni solución nos podrá saciar. Todo aquello que está en nuestras manos o logramos alcanzar termina por aburrirnos o decepcionarnos. No nos quita el hambre y queremos m s. Sólo la abundancia del Señor da de sobra. Por eso los ojos de todos te están aguardando a que Tú les des la comida a su tiempo; abres Tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente.