Fiesta de la dedicación de la Basílica Lateranense
Juan 2, 13-22: «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad»


La fiesta litúrgica de hoy nos hace retroceder más de 1.600 años para conmemorar una serie de acontecimientos que han cambiado la historia del cristianismo en el mundo. Después de tres siglos de persecuciones, el emperador Constantino les concedió a los cristianos la plena libertad de culto y donó al papa Silvestre I una de sus propiedades, para que hiciera de ella la sede de los papas en Roma: el palacio del Laterano. El papa lo convirtió en su vivienda oficial; poco después fue construida en las proximidades la Basílica Lateranense que, según la tradición, Silvestre I consagró un 9 de noviembre dedicándola al Santísimo Salvador. Años más tarde se levantó el Baptisterio dedicado a los dos santos Juanes, el Bautista y el Evangelista, pasando así a ser los titulares de la Basílica del Laterano

Al visitarla nos comunica un profundo sentido de fe. Es la Catedral del Obispo de Roma. Fue el corazón de la cristiandad y en ella se escribió una densa página de la historia de nuestra fe. En el Laterano también se tuvieron cinco importantes Concilios ecuménicos, en los cuales la Iglesia repensó la propia fe e indicó los justos comportamientos de vida para los cristianos en el mundo.

La primera Lectura de hoy pone en paralelo la Basílica Lateranense con el Templo de Jerusalén, edificado por Salomón en honor del Señor Dios, hace tres mil años. La Lectura nos propone dos pasajes de una larga oración recitada por aquel rey sabio y fiel. Aquel Templo, corazón de Israel, pueblo de la alianza con Dios, fue destruido, pero será reconstruido por Jesucristo, como bien sabemos. Aquí, con doce años, escuchó a los doctores de la ley, aquí volvió muchas veces a lo largo de su misión terrenal; expulsó a los vendedores que lo profanaron; aquí polemizó con los escribas, fariseos y sacerdotes; aquí alabó a la viuda que donando su pequeña limosna, dio de lo que tenía para comer. Además, Jesús no escondió su admiración por las paredes y las torres del Templo, y lloró previendo su destrucción, que se verificará alguna década más tarde, en el año 70, y de manera definitiva en el 130.

Pero si recordamos por un instante el Evangelio de hoy, vemos cómo al ser interrogado por la mujer samaritana, Jesús declara que los “verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad. Dios es espíritu y los que lo adoran tienen que adorarlo en espíritu y verdad”. Prácticamente, para adorar en espíritu y verdad, necesitamos un templo. Hecho de paredes, de piedras. No será la cosa más importante pero si algo necesario. De hecho, vamos a la iglesia porque sentimos la necesidad de encontrarnos, porque nosotros nos reconocemos en el grupo, en la parroquia, en la comunidad de fe. Y porque así congregados en la celebración ritual, escuchamos al Señor Jesús que nos revela el rostro del Padre, y nos sentimos capaces de adorarle en espíritu y verdad, ya que ambos elementos, físico y espiritual, nos resultan inseparables.

Hoy, en este 9 de noviembre de muchos años después, celebrando la fiesta de la dedicación de la Basílica Lateranense, nos sentimos pues insertados en un flujo de la historia, porque vemos en aquella Basílica la primera catedral del Papa, el lugar en que se han elaborado y madurado los rituales de la liturgia cristiana, el escenario en el que se han desarrollado los Concilios ecuménicos.

Y también el templo donde nos reuniremos para celebrar esta fiesta, nos ayudará a reconocernos como asamblea de cristianos, en un templo construido – como explica San Pedro en la segunda lectura de este día – con piedras vivas, construido por Cristo y habitado por el Espíritu Santo. “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (I Cor 3, 16-17).

Agradezcamos hoy al Señor el don de su Iglesia y que nos de la oportunidad de reconocerlo y adorarlo en nuestros templos cristianos, santuarios sagrados de Dios, donde se reúne la comunidad creyente que le reconoce como su Pastor y Guía en su peregrinaje terreno hacia la Casa del Padre celeste.