Solemnidad de Cristo Rey, Ciclo B
Juan 18, 33-37: «Mi reino no es de este mundo»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Mi reino no es de este mundo»

El profeta Daniel tuvo una visión, una revelación en la que Dios anunciaba al que vendría como salvador. Después de aquellas cuatro bestias que se levantaban del abismo, símbolo de los poderes del mundo que se oponen al proyecto de Dios, vio aparecer en el cielo ese como Hijo del hombre, que venía de lo alto como representante de Dios. A Él se le dio el poder real, el dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. Así era anunciado ese Hijo de Dios que se haría Hijo del hombre para manifestarnos y establecer entre nosotros el Reino de Dios.

Jesús lo declaró en el momento solemne de su juicio ante los poderes de este mundo. Aquellos dirigentes judíos, aquel sanedrín rechazó su verdad y lo condenó a muerte como falso profeta. Luego, lo presentaron a Pilato como reo culpable por hacerse rey, un Mesías impostor. Pero Pilato no se convenció y por eso entra en el Pretorio, que es la sala del juicio, y hace comparecer a Jesús. Es el momento en que se enfrentan cara a cara el imperio de este mundo y el reinado de Jesús. Pilato le pregunta de manera escueta y esencial, al estilo procesal: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” Y Jesús le quiere aclarar: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. No, el Reino de Jesús no puede ser entendido como un reino terrenal. Por eso no es un rey de los judíos que haga competencia a Roma. Su poder no se funda en la fuerza de las armas, ni tiene necesidad de soldados para hacerlo sentir. En su reino la norma es la “no-violencia”, la ley suprema es el amor. Un lenguaje extraño para Pilato, acostumbrado a dominar por la fuerza. Y, sin embargo, ve que Jesús se tiene por Rey.

Por eso sigue insistiendo: Luego tú eres rey. La respuesta de Jesús es contundente. Atendamos, hoy, hermanos, porque en ella nos desvela en qué consiste su reinado: “Tú lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

Si, su Reino se funda en la Verdad, la verdad de Dios. Él ha nacido de arriba, del Espíritu de Dios, como dijo a Nicodemo. Él ha venido de lo alto como esa luz en la que podemos comprender la situación del hombre ante Dios. Él es el Hijo unigénito, lleno de gracia y de verdad, de modo tan perfecto que puede decir: Yo soy la verdad y la vida. Conocerle a Él es conocer al Padre, la luz sin mezcla de sombra. Éste es el sentido de su realeza: El poder revelar en sí mismo la verdad del hombre y del mundo a la luz de Dios. Y esa verdad se concreta, también, como reino en los que escuchan su voz y la acogen. Estos pueden ser de cualquier raza o nación. Viven en el mundo, pero no pertenecen al mundo, porque se han dejado llevar del Espíritu de Dios para ser amigos de esta Verdad, que es Jesús. Y él es el Rey de todos estos.

Como nos dice también hoy el Libro del Apocalipsis, con estos títulos atribuidos a Jesucristo: El testigo fiel (porque reveló al Padre de modo perfecto y selló su testimonio con el sacrificio de su vida), el Primogénito de entre los muertos (porque con Él la era de la resurrección ha sido inaugurada y cumplida ya en su persona), el Príncipe de los reyes de la tierra (porque en su resurrección ha sido glorificado como Señor, al que Dios ha conferido el pleno poder sobre toda su creación). Y así es el Hijo del hombre, Aquél que vino con el poder de lo alto para consolidar la esperanza de todos aquellos que, bajo el dominio de los poderes del mundo, sufren la amenaza del mal; para ser ese Pastor bueno que, como hoy nos dice el Salmista nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas; nos guía por el sendero justo, y no prepara una mesa ante él enfrente de nuestros enemigos. Sí, su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días hasta habitar en la casa del Señor por años sin término.

Hoy la Iglesia reconoce agradecida ante Dios: En verdad es justo y necesario darte gracias siempre, Padre Santo, porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del universo a tu único Hijo y sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.