I Domingo de Adviento, Ciclo A
Lucas 21, 25-28. 34-36: «Estad siempre despiertos»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Estad siempre despiertos»

Comenzamos hoy el Adviento, ese tiempo para crecer en las ganas de encontrarnos con el Señor. Iniciamos, así, un nuevo año litúrgico, ese ciclo anual para madurar con la Iglesia nuestra personalidad cristiana; para identificarnos más con aquél Hijo que, habiendo venido ya, vendrá finalmente a consumarnos como hijos de Dios. Por eso, las lecturas de hoy se centran en el anuncio de su venida gloriosa, esa que da meta segura y sentido cierto a nuestro caminar.

Ya cuando el pueblo de Israel se encontraba oprimido y en momentos de dificultad, Dios le sostenía en la esperanza. Por boca del profeta les recordaba la promesa que un día hiciera a David, por primera vez: Mirad que llegan días - oráculo del Señor - en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. Sí, la liberación que Dios realizaría por su Mesías sería tan plena y definitiva que Jerusalén, la ciudad del rey davídico, será llamada: «Señor-nuestra-justicia».

Esta promesa empezó a cumplirse con Jesús. El Mesías que fue ungido con el Espíritu en el Jordán. Desde allí, comenzó a proclamar el Evangelio, la nueva justicia del Reino de Dios. Sí, ese hijo de David que venía de arriba y estaba lleno del Espíritu, comenzó a revelarnos cómo nos quería el Padre y lo que quería Dios. Instauró, así, una nueva situación donde se imponía la misericordia de Dios, la única capaz de detonar un amor sin límites en el corazón. Un don que, de modo oculto, empezaba a prender en lo más profundo del hombre, allí donde comenzó el desorden que afectó a la creación. Una realidad que ya se manifestó con su muerte y resurrección. Algo que estallará, cuando la gloria de su cuerpo alcance a toda la creación y la fuerza de su espíritu libere para siempre a los que con Él se esforzaron por implantar la justicia del amor de Dios. Por eso, hoy nos anuncia: Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Sí, la venida del Señor provocará el caos de ese orden establecido por el pecado y el fracaso total de aquellos que se aferraron a sus ventajas. En cambio, los que viven el presente no según los criterios del mundo, sino desde el futuro de Dios, alzarán la cabeza y se levantarán de la postración, porque llega, al fin, su liberación. Aquello por lo que lucharon y llegaron a padecer, como le pasó a Jesús, se cumple ahora con creces y para siempre en el futuro eterno de Dios.

Para vivir pues el presente, según ese futuro, nos da hoy su consigna el Señor: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida… Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos de pie ante el Hijo del hombre. Sí, están dormidos los que sólo se preocupan del presente y de sus cosas, sin despertar a la presencia de Dios y su salvación; están inconscientes los que sólo buscan divertirse y utilizar en su sólo provecho cualquier ocasión; están alienados los que se aferran a sus intereses y malgastan la vida en lo que sólo dura hasta la muerte. En cambio, están despiertos los que se dan cuenta de lo que quiere Dios y se deciden a vivir según su amor; están en vela los que saben discernir en los signos de los tiempos las llamadas de Dios y las exigencias de su justicia; están despejados los que se saben arriesgar porque son conscientes de los planes de Dios. Sólo que, para salir del sueño y poder levantarse, hay que pedir esa fuerza que sólo nos puede dar el Señor.

Por eso, el Apóstol rogaba para aquellos primeros cristianos de Tesalónica, y para nosotros hoy también: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Sí, se trata, en definitiva, de tener el corazón despierto al amor. Ese amor grande del Padre que ha venido a traernos su Hijo, para poder vivir según su justicia. Una justicia que es misericordia hacia todos aquellos que sufren las consecuencias de las injusticias del mundo. Un amor capaz de transformar el mundo en el mundo que quiere Dios. Ese mundo que al final aparecerá en todo su esplendor, cuando sea iluminado en la venida gloriosa del Señor con aquella misma luz que ya destelló con su Resurrección.

Ojalá y nos encuentre despiertos para salir con alegría a su encuentro y mantenernos de pie ante el Hijo del Hombre: no otra cosa anunciamos y ensayamos cada Domingo los cristianos, cuando nos reunimos ante Él todos juntos y de pie para celebrar su triunfo, mientras esperamos su venida gloriosa.