IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 5, 1-12a: "Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña"

La escena evangélica de este día se actualiza una vez más: El Maestro se sienta, se acercan los discípulos y él se pone a hablar enseñándoles. El Maestro es siempre Jesucristo. Los discípulos somos nosotros cuando cada domingo nos acercamos a él en actitud de fe, para escuchar sus palabras. "Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña....". Y, es que, en realidad, el monte es el mismo Jesucristo. Pues qué, ¿no es en él, en quien se han hecho vida todas las Bienaventuranzas del Reino? Él, "siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza". Jesucristo, "manso y humilde de corazón". Que lloró ante la tumba de Lázaro y luego frente a la ciudad de Jerusalén. Experimentó el hambre y la sed, en el desierto y en la cruz. Y ¿quién ha tenido jamás entrañas de misericordia, como Jesús frente a la muchedumbre del pueblo, que le seguían hasta el desierto, para escuchar sus palabras, y andaban "como ovejas sin pastor"? Jesucristo, "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"; "limpio de corazón". Nadie sirvió jamás la causa de la paz, como aquél que "es nuestra paz". Y, si hablamos de los que padecen persecución por causa de la justicia, ¿quién podría compararse con aquél que "fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros pecados"?

La lección de hoy es una síntesis acabada de toda la doctrina cristiana, norma segura de la perfección evangélica, ideal para cuantos aspiran a seguir al Maestro de cerca, la meta hacia la que han de dirigir todos sus pasos cuantos luchan por alcanzar la santidad, aspirando a conseguir la corona incorruptible prometida a los vencedores. Empieza con estas palabras: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". Desgraciadamente, no siempre, aquellos que suelen hablar de pobreza, saben captar el contenido de estas palabras. Los falsos profetas de todos los tiempos han pretendido apoyarse en ellas, para programar sus reivindicaciones de tipo económico y socio-político. Y nada más lejos del Evangelio. La mera pobreza material no es la que aquí se ensalza, sino aquella que es expresión de una fe a toda prueba. El sentido de esta pobreza bienaventurada hay que buscarlo en las expresiones de los profetas, cuando anunciaban de parte de Dios la salvación del "resto de Israel", tras la ruina de la nación: "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor". Pobres de Yahvé fueron aquellos que, probados por la pobreza y la opresión, conservan siempre el sentido de Dios y esperan, "contra toda esperanza", la llegada de la salvación. De este resto fueron aquellos buenos israelitas que, cuando Jesús empezó su predicación del Evangelio del Reino, aceptaron sus palabras y le siguieron. Y cuantos en la primitiva Iglesia y a lo largo de toda su historia, se han abrazado con la pobreza, para verse libres de la esclavitud del dinero y marchar sin estorbos por los caminos del mundo, hacia la casa del Padre.

Las que siguen: "Dichosos los sufridos", "Dichosos los que lloran", "Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia", vienen a ser variantes de un mismo tema. Reiteración de la primera bienaventuranza, subrayando distintos aspectos y facetas de la pobreza evangélica. De una u otra forma, nos recuerdan a cuantos, "oprimidos" por las injusticias de este mundo a causa de su fe, "toman su cruz cada día y siguen a Jesucristo". En el Sermón, tal como nos lo ha trasmitido San Mateo, siguen otras tres bienaventuranzas, que dicen relación con las cualidades de todos aquellos discípulos, que acaban por convertirse en colaboradores del Maestro, en la predicación del Evangelio: "Dichosos los misericordiosos", "Dichosos los limpios de corazón", "Dichosos los que trabajan por la paz". Si las anteriores miran a la vida personal de los verdaderos discípulos, estas otras presentan a nuestra contemplación el panorama auténtico de la actividad apostólica. La última de todas ellas: "Dichosos los perseguidos por causa de la justicia" es ya revelación de los misteriosos caminos de Dios, para llevar a cabo la obra de la redención. Así, sus elegidos acabarán triunfando con el Señor sobre todos los enemigos del Evangelio. Se anunciaba ya la pasión y muerte de Jesucristo y el desfile glorioso de sus testigos que proclaman en el mundo que "Jesucristo es el Señor".