I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Mateo 4, 1-11 : "Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás"

La historia de la humanidad tiene un Adán como comienzo y otro como meta; así nos lo enseña San Pablo en la primera Carta a los Corintios: el primer Adán se convierte en un alma viviente y el último es un espíritu que da vida. En la liturgia de este primer Domingo de Cuaresma se nos narran las tentaciones del primer y último Adán, dejándonos entrever las de los innumerables descendientes del primer Adán, que han vivido y vivirán sobre la tierra. Adán significa "hecho de la tierra", que es el nombre de toda criatura hecha del polvo del suelo y destinada a volver a él: "Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás", nos ha recordado la celebración del Miércoles de Ceniza.

Antes de volver al polvo, toda criatura ha de conocer las tentaciones que Adán no supo resistir en el Paraíso y que Jesús superó victoriosamente al inicio de su vida pública. La tentación es una elección entre el bien y el mal a la que toda criatura libre está llamada y, para la Biblia, son provocadas por un ser inteligente y malvado que se ha rebelado contra Dios y fomenta la subversión del hombre: el Adversario, Satanás, el Demonio.

El libro del Génesis nos narra hoy la "tentación" de Adán. Al consentirla, Adán ha abierto la fuente de los pecados de toda la humanidad. El Tentador se representa con la serpiente, ser repugnante, que en las religiones paganas era la divinidad que custodiaba las fuentes de la vida. El árbol del conocimiento del bien y del mal simboliza el poder, que sólo Dios tiene, de establecer lo que es bueno y lo que es malo. Por ello, querer comer de su fruto es como desear apropiarse de una prerrogativa divina. Así, el pecado de Adán, es de soberbia, desobediencia, vanagloria; es también un pecado de sensualidad. El hombre y la mujer ceden a la estrategia del Tentador, completan la rebelión y se dan cuenta del engaño en el que han creído. Se dan cuenta del bien que han perdido y del mal cometido, el pecado, del que deriva la rotura de la amistad con Dios, el final del equilibrio de su recíproco afecto, junto a una gran vergüenza.

Después de ser bautizado por Juan en el Jordán, Jesús se retiró al desierto para ayunar cuarenta días; allí se le presentó el Tentador. Para Satanás Jesús era un misterio: sabía que nunca había tenido poder sobre Él, sabía que Dios lo había proclamado su "Hijo", ahora deseaba conocer el significado de esta palabra. Quería saber si era Hijo por ser el Mesías, por ser el Profeta, porque era verdadero Dios y verdadero hombre,... Para descubrir el misterio de aquel joven que ayunaba, tan distinto de los demás, pensó ponerle a prueba.

Primero lo intenta con el alimento corporal, pero el Señor sale victorioso, a pesar del hambre sentido tras el ayuno. El misterio quedaba todavía intacto. Satanás conduce entonces a Jesús al pináculo del Templo, y aparentando un gran conocimiento de la Palabra de Dios, le pide que haga un milagro. Pero el prodigio era inútil e innecesario, y sirviéndose de la misma Palabra de Dios, hace alejarse al Tentador. Por último, le hace subir a lo alto de un monte para mostrarle y ofrecerle todos los reinos de la Tierra. Era la propuesta de uno que ha perdido la capacidad de razonar, por lo que la respuesta llegará seca y tajante: "¡Aléjate de mí, Satanás!". El último Adán había así vengado la derrota del primero.

Las tentaciones de Jesús son también las nuestras: el placer, la vanidad, el poder. Cristo las ha vencido y nosotros también podemos vencerlas: nos lo asegura el pasaje de la Carta a los Romanos que escuchamos hoy. San Pablo nos advierte que está en nosotros la debilidad del primer Adán, que se llama "concupiscencia", pero también poseemos un don del último Adán llamado "gracia santificante y fortificante". Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y continúa a producir sus maléficos efectos, pero no falta el remedio: es el don de la gracia ofrecido por el último Adán a todos los que quieran aceptarlo.

Desde nuestra debilidad somos atraídos hacia la experiencia del primer Adán; el don de la gracia nos lleva a la experiencia del último Adán. Debemos elegir con quién estar, si con el primero o con el último: la Cuaresma nos llama a tomar una decisión.