III Domingo de Pascua, Ciclo A
Lucas 24, 13-35: "Le reconocieron al partir el pan"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Le reconocieron al partir el pan"

A la luz de la Resurrección, los discípulos pudieron entender la salvación de Dios que encerraba la cruz. Con la fuerza del Espíritu, fue Pedro el primero que lo proclamó a los cuatro vientos. Nos lo cuenta la lectura inicial de este domingo. Era la fiesta de Pentecostés, y ante los que habían acudido de muchos sitios, Pedro levantó la voz para decir: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio... No fue fácil el camino que los llevó a esta fe. El mismo Resucitado tuvo que ganárselos, rompiendo su estrechez. El Evangelio de hoy nos narra la forma en que el Señor Jesús logró cambiar la mentalidad a dos de ellos, en un domingo.

Se habían separado del grupo y se dirigían a Emaús, distante unas leguas de Jerusalén. Iban comentado, precisamente, lo que había pasado con su Maestro. La cruz había desmoronado todas las ilusiones que él les había despertado. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. No los interrumpe de momento. Se pone a la escucha, bajando a la visión de ellos, para subirlos desde ahí a la suya. Ellos no son capaces de reconocerlo, porque sus ojos estaban cerrados a la fe. Por eso, decidido a abrírselos, les interrumpe con la pregunta: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos, sorprendidos de que no estuviera "al loro" -como dirían hoy otros jóvenes en su situación-, se detuvieron para replicarle: "¿Eres tú el único que no se ha enterado de lo que ha pasado estos días?" Él no se inmuta y pregunta ingenuamente: "¿Qué?" Quiere que manifiesten su propia impresión. Quiere llevarlos a la fe, desde su propia versión. Y ellos le dicen: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras... cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que esto sucedió..." Sí, ellos habían creído que era el Mesías, pero ya no. Y es entonces, cuando el Señor les dice dónde radica la ceguera para no comprender; dónde está el problema para no ver las cosas como Dios las ve: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!" Y comenzando por Moisés y siguiendo por los anuncios de los profetas, les explicaba cómo la cruz era precisamente el camino de la gloria, en el proyecto de Dios. El Señor les habría así otro panorama, distinto y contrario a los criterios con los piensan los hombres. Y es que sólo la Palabra de Dios nos da luz para discernir en la historia las proezas de Dios; los signos más contundentes de ese su inmenso amor que escapa a los que sólo miran humanamente las cosas, sin pensar en Él.

Llegando a la aldea, hizo ademán de seguir. Pero aquellos jóvenes ya no querían quedarse sin aquella luz: "Quédate con nosotros porque atardece..." Sí, aquel modo de entender había prendido su corazón en un modo de mirar que quitaba su ceguera; aquel modo de conocer el proyecto de Dios les había quitado la tristeza y les había devuelto la ilusión. Fue al partir el pan, cuando se les abrieron del todo los ojos a esa fe desconocida... Y él, desapareció ya de la vista exterior. Porque se quedaba para siempre en el lugar que le pertenece como Señor: en lo más profundo del corazón. Y aquella experiencia hizo que ya no quisieran seguir apartados del grupo. Y se volvieron sobre sus pasos, para contar; para contagiar a otros de la gran verdad que ya todos compartían y testimoniaban: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

En el camino de la vida, el Señor se acerca cada domingo a los suyos que van de camino. Y vuelve a explicar la Escritura que se ha cumplido en Él. Y vuelve a partir el pan para quedarse en lo más profundo. Y vuelve a suscitar esa alegría que nos hace pregoneros de la verdad más grande. Esa que los hombres necesitamos, para ver las cosas de otra manera...