IV Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 10, 1-10: "Yo soy la puerta de las ovejas"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Yo soy la puerta de las ovejas"

La primera lectura de este domingo nos remonta al primer anuncio de Pedro, que dio origen a la Iglesia: "Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías". Sí, aquél de quien se habían burlado como un profeta impostor; aquél a quien condenaron por dárselas de Mesías, acusándolo de embaucador; aquél a quien mandaron al patíbulo para desacreditarlo totalmente ante sus seguidores y quitárselo de en medio; ése mismo, había resucitado y se había manifestado como Señor; ese mismo, había sido así confirmado por Dios como Mesías y único Salvador.

De modo que, si con su condena quisieron dispersar a los por Él congregados, es ahora cuando su causa resultaba ya imparable: el mismo Dios que lo envió para congregar a los que el pecado dispersó, lo ha constituido ya para siempre como Pastor definitivo de su verdadero pueblo. Un pueblo nuevo congregado ahora por el que, siendo Señor, puede impulsar con su propio Espíritu desde lo más profundo del corazón humano, hacia una nueva comunión de hermanos. Una comunión que se hace visible en torno a Pedro y los apóstoles por Él enviados, como testigos cualificados. Por eso, los que fueron tocados en su corazón por aquel anuncio, preguntaron: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" Y Pedro les contestó: "Convertíos y bautizaos todos en el nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo". Fue así como, urgiéndoles a escapar de aquella generación perversa, se les agregaron los que con ellos formarían la Iglesia naciente del Señor Resucitado.

Jesús mismo lo predijo, como hoy nos dice en su Evangelio: "os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante". Sí, aquellos pastores de los que el pueblo estaba ya cansado, sólo querían retenerlo en el redil estrecho de los esquemas por ellos ideados, para seguir dominándolo; sólo se preocupaban de conservar sus privilegios, sin ocuparse de promocionar una vida abundante; sólo buscaban su propio provecho, en vez de llevar a mejores pastos.

Por eso, Jesús ha sido constituido como puerta por donde salir y entrar, para poder vivir en la libertad de hijos, frente a toda otra esclavitud; por donde lograr una vida abundante, frente a cualquier cultura de muerte y vacío; por donde dar con los verdaderos pastos que promocionan al hombre, frente a toda otra seducción engañosa. Sí, Él es el Pastor a quien escuchar: porque, con su entrega a la muerte y una muerte de cruz, ha destrozado todos los esquemas estrechos de los cálculos humanos, abriéndolos a la locura del amor de Dios; porque, con su humillación con tal de salvarnos, nos ha demostrado hasta qué punto le interesan más las ovejas, que su propio prestigio; porque, con su resurrección, nos ha garantizado la vida abundante que Dios quiso siempre para el hombre; porque, con su nueva presencia en el Espíritu, puede conducirnos a la experiencia del amor de Dios que como pasto necesitamos...

Sí, porque se trata del único amor que puede sostenernos en el bien, a pesar del mal. Y es a ese amor al que el Señor Jesús nos puede conducir como Pastor, por ser el más experto. Nos lo recuerda el apóstol S. Pedro, en la segunda lectura: "Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas... andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas". Y por eso, hermanos, habiendo sido constituido por Dios como Señor y Mesías, nos convoca cada domingo para llevarnos a esa experiencia fundamental del amor de Dios, que entrañó su entrega por nosotros. Como canta hoy el salmo, es así como el Señor Resucitado quiere conducirnos, con su palabra, por el sendero justo; y quiere reparar nuestras fuerzas preparando la mesa ante nosotros, frente a toda otra amenaza...