VI Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 14, 15-21: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor"

Como ya hicimos notar el domingo pasado, la Pascua es el tiempo marcado por los encuentros con el Resucitado. Esos encuentros con el Señor que los cristianos podemos experimentar, de modo privilegiado, cuando nos reunimos para celebrar los sacramentos. Esa presencia nueva de Jesús en medio de los suyos, que el Espíritu nos lleva a reconocer. Fue Él mismo quien nos lo aseguró, cuando se despedía de sus discípulos antes de su pasión.

No, no era una despedida definitiva. Sino una promesa de cómo volvería para estar, de un modo nuevo y mejor, con todos los que le amasen. El Evangelio de hoy nos recuerda sus palabras: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad... No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo... El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él".

Sí, junto a ellos se había esforzado como Maestro, para llevar a cabo la misión que le trajo a este mundo: arrancarnos del poder del mal; librarnos de la seducción de ese espíritu embustero, que miente siempre; convencernos del amor sin límites de nuestro Padre Dios; llevarnos a la experiencia de esa misericordia que nos capacita para la comunión.

Y, justo ahora, llegaba la hora de culminar su tarea: con su entrega a la muerte, derrotaría el espíritu de la mentira y mostraría hasta qué punto nos quiere Dios; resucitado, conseguiría también para nosotros el Defensor. Ese Espíritu de la verdad -frente a toda otra seducción- del que Él estuvo siempre lleno, para realizar su misión. Con ese Espíritu podemos ahora, sus discípulos, reconocer su presencia viva entre nosotros; con ese Espíritu podemos amarlo guardando sus mandamientos; con ese Espíritu podemos agradar también nosotros a Dios; con ese Espíritu podemos identificarnos cada vez más con Él, hasta vivir en Él...

Desde esa experiencia del Resucitado a la que nos abre el Espíritu de Dios, el Apóstol S. Pedro puede hoy recomendarnos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo el Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia... Aunque tengamos que sufrir la incomprensión, como Cristo mismo la padeció. Sí, porque de esa experiencia del Señor Jesús nace siempre la Iglesia, puesta en el mundo para continuar su misión.

Es lo que quiere testimoniar la primera lectura, narrándonos la conversión de Samaría por la predicación del diácono Felipe. Y, cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos oraron por los fieles, para que recibieran también ellos el Espíritu Santo imponiéndoles las manos.

Es así como la promesa de Jesús comenzaba a ser una realidad sin fronteras; es así como la Iglesia iniciaba su misión universal en la fuerza del Espíritu. Proclamemos, pues, con el salmista nuestro agradecimiento, diciendo: "Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria..."

Sólo así conseguiremos que la fe cristiana vaya pasando a las nuevas generaciones, a la vez que realizaremos la nueva evangelización entre los ya bautizados, de modo que los cristianos, creciendo en el conocimiento y el amor del Señor, alcancen una capacidad crítica frente a los hombre y los acontecimientos del mundo, tengan seriedad y serenidad frente a la vida y estén preparados para soportar los padecimientos y las pruebas que lleva consigo la vida, singularmente la de aquellos que se deciden a obrar el bien.