XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 25, 14-15. 19-21: "Dio a cada cual según su capacidad"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Dio a cada cual según su capacidad"

En este domingo continuamos la lectura del "Sermón Escatológico" y meditamos sobre los últimos acontecimientos de la vida del hombre y de la historia del mundo, lo que llamamos "los novísimos": muerte, juicio, infierno y paraíso. Por medio de una parábola, la lectura evangélica se refiere a todos ellos y nos marca la actitud que debemos mantener de frente a los mismos.

"Un hombre rico, al irse de viaje llamó a sus empleados y les dejó encargados de sus bienes". Uno recibió cinco, otro dos, el otro un talento. Después de un largo período el Señor vuelve y quiere arreglar las cuentas con sus siervos. Sí, ya sabemos como anduvieron las cosas, el de cinco trajo diez, el de dos talentos cuatro, y el de uno, pues trajo el que había recibido y nada más.

Los talentos que han recibido no son, como algunos piensan, las capacidades naturales. Basta leer la parábola: dio a cada uno según su capacidad. Por tanto, los siervos ya tenían sus capacidades naturales, los talentos que reciben son dones sobrenaturales como la gracia santificante, las virtudes teologales, los dones del Espíritu Santo, los carismas. Todos estos dones se contienen, también, en un solo talento y en una medida proporcional a la misión que se debe cumplir. El Papa y los obispos, por la misión que desarrollan en la Iglesia, tendrán que poseer más talentos que el resto; también los sacerdotes y religiosos deberán distinguirse de los laicos; incluso, entre los laicos, los casados deberán tener más talentos que los célibes. No obstante, lo que cuenta realmente no es la cantidad, sino la disponibilidad en el invertirlos. El que recibió un solo talento hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Si, por el contrario, lo hubiese investido y lo hubiese hecho fructificar, habría recibido elogios y premios de su señor como sus otros compañeros; le hubiera dicho: "Se te han abierto las puertas del Paraíso".

El siervo negligente no merece ni compasión ni simpatía. No es digno de lástima por haber recibido sólo un talento, ha recibido lo necesario para cumplir su misión. Tampoco por la condena recibida, ya que era más que merecida. La respuesta que da al señor al entregar el talento recibido está cargada de arrogancia: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces. Aquí tienes lo tuyo". Llama dureza a la justicia, acusa a quien le exige lo debido, casi de pretender lo imposible. Tiene miedo de uno que lo ama y merece ser amado. Y es precisamente ésta la gran culpa del siervo: que no ama a su Señor. La condena es bien merecida: quien no ha hecho fructificar los dones espirituales, recibidos para la propia santificación y para el bien de toda la Iglesia, será privado, también del don que había dejado inerme: perderá la amistad de Dios, su gracia, la gloria de su Reino.

El Libro de los Proverbios contrapone hoy una figura femenina a la del empleado negligente y holgazán, condenado en la Parábola de los Talentos. Aunque está casada, es una hermana de la "doncella sensata" que nos presentaba la Palabra el pasado domingo. De ella nos dice la primera lectura: Vale más que las perlas. Trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Está siempre solícita y laboriosa. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Abre su mano al necesitado y extiende su mano al pobre. Los antiguos rabinos de Israel veían en esta "mujer perfecta" un símbolo de la sabiduría divina que debemos admirar e invocar para que venga en nuestra ayuda. Nosotros, por nuestra parte, vemos en ella una profecía de María Santísima, la verdadera y única criatura perfecta. En último término, esta mujer perfecta anima a vivir laboriosa y prudentemente a toda la Iglesia.

A propósito de prudencia, no podemos dejar pasar el consejo de San Pablo en la segunda lectura, cuando advierte a los de Tesalónica, y a nosotros, también, que la vida del cristiano es una larga vigilia, un tiempo en espera del Señor que viene a juzgarnos. "Sabéis perfectamente, nos dice, que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche". Nosotros somos hijos de la luz, pero debemos ser luz visible y que ilumina, de lo contrario nuestra luz se convertirá en tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.