IV Domingo de Adviento, Ciclo B
Lucas 1,26-38: "Aquí está la Esclava del Señor"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Aquí está la Esclava del Señor"

El verso del Aleluya que introduce la lectura evangélica de este día: Aquí está la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra, nos ofrece la clave de lectura para comprender el Evangelio de este IV Domingo de Adviento a pocos días de la Navidad del Señor.

La concepción y el nacimiento de Jesús -acontecimiento histórico central de la historia de la humanidad, por el que Dios lleva a cumplimiento su designio de salvación- pasa a través de la mediación de la fe de María de Nazaret. Es el primer acto de fe cristiana. Primero no sólo en sentido cronológico, sino cualitativo, ya que la Iglesia de todos los tiempos y lugares, en su peregrinaje terreno, no dejará de contemplar a la Madre de Jesús como al verdadero icono del discípulo.

La promesa hecha a María del nacimiento de un hijo, al que Dios dará el trono de David, su padre, evoca explícitamente el contenido del oráculo realizado por Natán a David, que nos recuerda la 1ª lectura de hoy. Al gran Rey de Israel, ya bendecido por Dios a lo largo de su vida y que proyectaba construir una casa (el templo) para el Señor, le profetiza Natán que será el Señor quien le suscitará una casa real, una descendencia, objeto de amor paterno por parte de Dios y un reino que será a salvo para siempre. Este oráculo profético, fundamento del mesianismo real que había impregnado y sostenido la historia de la esperanza del pueblo de Israel, debía cumplirse porque, como canta el Salmo 88, Dios es la Roca salvadora, su favor se mantiene eternamente; él es fiel a su alianza, y, por ello, a un descendiente de David le deberá dar un linaje perpetuo, un trono para todas las edades.

Pero en el anuncio del Ángel hay mucho más. De la Virgen María, desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David, no nacerá un hijo que a lo largo de su vida será investido de un poder real, que lo convierta en Hijo de Dios como Mesías rey. Al contrario: porque es Hijo del Altísimo, desde el primer momento de su vida recibirá el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Él será Hijo del Altísimo, porque es fruto de la acción creadora del Espíritu Santo que desciende sobre María y actúa en Ella para engendrar al Hijo. Su categoría real no es un título o una función que el Hijo de María adquirirá a lo largo de su vida, sino una cualidad que clarifica y explícita su condición de hijo único de Dios. Se trata de una filiación ligada a una santidad, un estado de su ser totalmente invadido de la potencia del Altísimo y, por ello, capaz de revelar en plenitud la santidad de Dios.

La reacción de María, según no la describe hoy Lucas, es una reacción de fe. El evangelista recoge el dinamismo de la fe de María que pasa de la inicial "turbación", a través de la pregunta de comprensión, al sí pleno y definitivo. La reacción inicial de María ha sido de "turbación" unida al "temor". La invitación al gozo (Alégrate), la alocución (llena de gracia) y la bendición (el Señor está contigo), con que el Ángel Gabriel inicia su diálogo no podían tener otra respuesta comprensible de una joven nazarena prometida como esposa con José. Su turbación proviene de las palabras escuchadas, que le resultaban extrañas e incomprensibles. María se da cuenta que Dios la interpela. Permanece en silencio, pero su corazón y su mente son atravesados por sentimientos y pensamientos enfrentados que le provocan una agitación interior, hasta el punto de tener que calmarla el Ángel: No temas, María. Ella evidencia al Señor su virginidad que hace humanamente imposible la maternidad. Las explicaciones dadas por Gabriel clarifican los planes de Dios y ofrecen un signo de credibilidad en la maternidad de Isabel y Sara. Así da su "Amén" a Dios, que significa la radicalidad de la fe de María y la aceptación total del proyecto de Dios, declarándose "Sierva del Señor" y subordinando toda su vida a Dios. Su fe incondicional en Dios y en la verdad de su Palabra, se realiza en el amor.

Ante la proximidad de la celebración litúrgica del Nacimiento del Señor, la Iglesia nos propone la fe de María como arquetipo de la fe de todos los cristianos. No habría venido al mundo Nuestro Salvador si María no hubiese dado su consentimiento en la fe. También hoy la realización de los planes de Dios sobre nuestra historia pasa a través de nuestra respuesta de fe plena y valerosa en el Señor Nuestro Dios y Nuestra salvación.