Solemnidad Cristo Rey del Universo, Ciclo A
Lucas 23, 35-43: "Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino"

En este último domingo del año litúrgico, celebramos a Jesucristo como Rey del universo. La primera lectura nos recuerda la unción de David como rey de Israel: En aquellos días, todos los ancianos de Israel fueron a ver al rey; y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor; y ellos ungieron a David como rey de Israel. De este modo, el que hasta ahora sólo había sido ungido como rey de Judá, recibe la unción plena y universal sobre todas las tribus del pueblo de Dios. Por eso es figura anticipada del que un día habría de llegar como "hijo de David, según la carne", para ser ungido finalmente como rey del universo, en la fuerza del Espíritu y para siempre.

Un reinado este de Jesús, distinto y contrario a todos los del mundo. Lo advirtió ya un día a sus discípulos, cuando los sorprendió discutiendo sobre quién de ellos sería el más importante en el reino que su Maestro iba a implantar: "Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, ha de ser vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, ha de ser vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28). Sí, Jesús ha conquistado su reinado, precisamente muriendo por todos en la cruz. Algo que sólo empezó a entender aquel otro condenado que junto a Él moría, como nos cuenta hoy el Evangelio.

La cruz ponía en crisis profunda todos los esquemas humanos del poder. Observemos, si no, las reacciones frente a la condición de rey que aquel crucificado se había atribuido. Por un lado, Pilato que mandó poner sobre la cruz: "Jesús Nazareno, rey de los judíos". Era el desprecio irónico de la Roma imperial, a la utopía de Jesús y a las expectativas mesiánicas de aquel pueblo dominado. Por otro lado, también entran en escena las autoridades religiosas judías que, en su último intento de desacreditarlo ante el pueblo, argumentaban: "si es el Mesías, el Rey elegido por Dios, que se salve a sí mismo". Por su parte, los soldados que, representando la mentalidad pagana, se burlaban de él diciéndole: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Hasta uno de los condenados con Él lo insultaba en los mismos términos: "¿no eres tú el Mesías Rey? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Todas estas posturas ante el Mesías crucificado expresaban la misma tentación que el espíritu del mundo insinuó a Jesús en el desierto, con el pretexto de que esa sería la forma más eficaz de realizar su misión: hacer milagros prácticos, que llenasen los estómagos y solventasen los problemas que realmente siente la gente; dominar los reinos del mundo, para influir desde las ventajas del poder; montar un número espectacular, que admirase a todos y atrajese a las masas. Pero Jesús aguanta en la cruz, porque, para Él, es ese el modo como se impone contundentemente el amor de Dios. Y esa es la forma de derrocar a todos los demás poderes que aprisionan el corazón del hombre. Jesús permanece en la cruz, porque ese es el camino de la resurrección: el debe perder su vida para salvar definitivamente la de los demás. Y así, Jesús demuestra que es rey, justo porque se queda en la cruz para vencer. Sólo empezó a captarlo aquel otro condenado que junto a Él moría: uno que había luchado por expulsar al poder invasor; uno que se había jugado la vida por instaurar ese reino soñado por su pueblo, frente al imperio de Roma; uno que, sin embargo, al ver la actitud de Jesús en la cruz, comprende que el Reino de Dios no se parece a ninguno de los que se han impuesto o se pueden imponer por la fuerza. No, no era la utopía en la que él creía el Reino de Dios, sino el Paraíso definitivo al que aquel Rey condenado abría, con su dominio de la situación en la confianza de Dios; con su aguante callado y sereno en el amor; con su espera tan cierta en la Resurrección. Y, por eso, le pide: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Y Jesús se vuelve, proclamando su primera sentencia como Rey: Hoy estarás conmigo en el Paraíso.