II Domingo de Adviento, Ciclo A
Mateo 3, 1-12:
"Retrato del Mesías, el Libertador ansiosamente esperado."

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Retrato del Mesías, el Libertador ansiosamente esperado."

Dos grandes profetas nos hacen oír su voz en la liturgia del segundo Domingo de Adviento: son Isaías y Juan Bautista. Los dos hablan en nombre de Dios, pero nos dejan entrever caracteres muy diversos: Isaías es delicado, incluso cuando debe decir cosas duras; Juan es duro, incluso cuando dice cosas delicadas. Los dos están movidos a hablar por el Espíritu Santo siendo acogidos como sus portavoces.

Con algunos siglos de anticipación sobre los acontecimientos de la historia, Isaías intuyó el retrato del Mesías, el Libertador ansiosamente esperado desde el pecado de Adán. Lo presentó como un débil vástago, como un renuevo del tronco de Jesé, que es lo mismo que decir de la familia de David. La gloria de David y las riquezas de Salomón eran, sin duda, luces radiantes cuando Isaías hace su profecía. Pero la humildad de aquel niño fue vista por el profeta envuelta de omnipotencia, ya que sobre él vio posarse el Espíritu de Dios, que lo colmaría de todos sus dones. Será un juez que actuará con la ciencia y la potencia propia de Dios; no juzgará por apariencias, sino que será el testigo fiel y veraz. Defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. En la humildad de este niño se manifestará claramente la omnipotencia de Dios. Además replanteará todas las reglas del mundo; es el Hijo de Dios, igual al Padre y al Espíritu Santo. De esta manera Isaías ha desvelado el misterio de la Navidad y nos ha enseñado a sacar las consecuencias: para estar del lado del Mesías necesitamos la humildad, la simplicidad, la pobreza, la fraternidad con todas las criaturas.

El profeta que se vestía con piel de camello y se alimentaba de dátiles, continúa la profecía de Isaías y nos describe al Mesías como un juez infalible y severo con el que no se convierte con sinceridad. Isaías había dicho que la palabra del Mesías sería un látigo que hiere al violento; Juan toma este látigo y fustiga violentamente a su auditorio.

El evangelio nos advierte que entre la masa de gente llegada al Jordán para ser bautizada había grupos de fariseos y saduceos, personas que salvaban las apariencias pero traicionaban la sustancia de la vida religiosa. Incluso éstos, los hipócritas, se acercaban al río para bautizarse, creyendo manifestar así su conversión. Sí, Juan Bautista había comprendido como hacían la comedia: querían aparecer como convertidos, pero su corazón permanecía inmutable. Fariseos y saduceos estaban muy seguros de sí mismos, eran descendencia de Abraham y, por lo tanto, su salvación era segura; podían incluso permitirse jugar con la conversión. Pero Juan les desilusiona: ser hijos de Abraham no sirve para nada, lo que vale realmente es dar frutos dignos de conversión, que se manifiestan, precisamente, en el modo de vivir del convertido.

Este mensaje de Juan va dirigido hoy a todos nosotros. Cercana ya la Navidad, nace en nuestros corazones un cierto deseo de novedad y de bondad pero, ¿qué es lo que provoca todo esto en nuestro interior? ¿Es sentimentalismo o fe? ¿Es moda o convicción? Lo dirán los frutos. Si nacerán frutos dignos de conversión, todo será válido. Si nos faltan los frutos, será signo de que hemos jugado a la Navidad.

Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, nos dice hoy San Pablo. Para él la cruz y la gloria son inseparables. Es cierto que nunca seremos abandonados del amor y de la ayuda de Dios, pero tenemos que ejercitarnos en la virtud de la perseverancia, que es hermana de la paciencia. El Apóstol nos invita, también, a vivir en comunidad con los demás, imitando la paciencia de Jesús y teniendo los mismos sentimientos los unos hacia los otros, alabando con una sola voz a nuestro Dios.