IV Domingo de Adviento, Ciclo A
Mt 1,18-24:
No temas recibir a María como esposa

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is 7,10-14: La virgen está encinta y dará a luz
Salmo 23: Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Rm 1,1-7 : Por él hemos recibido este don y esta misión
Mt 1,18-24: No temas recibir a María como esposa

No temas recibir a María como esposa

Una página del Evangelio de San Mateo como la que nos propone la Iglesia para este cuarto Domingo de Adviento no la podemos inventar los hombres. Es una maravilla en la forma y en el contenido. Es mucho más lo que Mateo deja adivinar en ella que lo que dice. Por tanto si pretendemos comprender algo, será la apertura de nuestro corazón a Dios, y la acción de Dios en nosotros quien nos permita entrever las maravillas que confesamos en nuestra fe cristiana, las grandezas que acontecen en una joven como María, y la desconcertante santidad de su esposo, José.

Estamos esperando la Navidad, estamos esperando al Mesías. El domingo pasado se preguntaba Juan desde la cárcel si sería Jesús el Mesías o debíamos esperar otro. La respuesta de Jesús evita responder con un sí o con un no, y contesta: decid a Juan que cada uno vea y analice las obras que hago. Las palabras pueden engañar, las obras no; pero para comprender el sentido de esos gestos de Jesús: los ciegos ven, los cojos andan… hace falta un espíritu de discernimiento para ver más allá de las apariencias. ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!, acaba diciendo Jesús. Los que esperaban un Mesías justiciero y poderoso llegaron a escandalizarse de que Jesús sólo se ocupara de los ciegos y los cojos.

En el evangelio de este domingo antes de la Navidad se nos propone el mismo criterio: mira lo que va a suceder, va a nacer un niño, de una mujer prometida, no casada, muy joven, y de un hombre que pensó en repudiarla. Los hechos pueden parecer un tanto insignificantes, aunque escandalosos.

Escuchemos el comienzo del Evange­lio: “María, estaba desposada con José y, antes de empezara estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto”. María ha regresado de visitar a su prima Isabel. José, su prometido, la espera con ansia. Pero, al llegar, se encuentra con la sorpresa: ¡María encinta...! Y ella no dice nada, se fía de Dios y Dios saldrá al quite. ¿Dios lo ha hecho? Dios me sacará de esta situación.

María y José se encontraban en un período que llamaban desposorio o compromiso matrimonial, período que podía durar de seis meses a un año, tiempo prudente para el esposo construir o acondicionar la casa en donde recibiría a su esposa. En el entretiempo la novia seguía viviendo con sus padres. La promesa de matrimonio o desposorio implicaba completa fidelidad al novio; todo acto de infidelidad era adulterio, y como tal podía ser castigado conforme a la ley mosaica. No llegamos a valorar el sufrimiento moral de María, y el sufrimiento moral de José. Un sufrimiento que sólo se puede soportar desde la confianza y abandono exclusivo en Dios. Y así es como José, agrega Mateo, que “era un hombre justo, y para no exponerla a la infamia, decidió abandonarla en secreto”.

Pero he aquí que los planes de Dios, que nunca abandona al justo, envía su mensajero y José, en sueños, nos dice el evangelista, recibe la visita del Ángel del Señor, que le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»

En los planes divinos entra también la respuesta del hombre, una respuesta desde la libertad; como hizo María: “Hágase en mí según tu palabra”, así José acepta tomar a María como esposa, aunque no comprenda del todo los designios de Dios. Así es como Dios va incorporando a su proyecto a sus mismas criaturas. El silencio de aceptación de José es la respuesta que Dios nos pide también a nosotros. Le ponemos muchas trabas y condiciones a la obra de Dios. A veces intentamos “corregir” la manera como Dios actúa; no es necesario, basta que pongamos nuestra fuerza y voluntad al servicio del plan de Dios, lo demás Él sabe cómo lo hace.

Y el fruto de esta obra será la presencia entre nosotros de un Dios que quiere ser como nosotros, que quiere estar con nosotros, compartiendo toda nuestra vida, sin ninguna excepción a nuestras limitaciones, a nuestras necesidades. Y quiere estar con nosotros justamente para salvarnos de nuestros pecados y comunicarnos su propia vida eterna.