II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Juan 1,29-34:
Jesús, el Cordero de Dios

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is 49,3.5-6: Israel, tú eres mi siervo
Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Co 1,1-3: Llamados a la santidad
Jn 1,29-34: Jesús, el Cordero de Dios

Jesús, el Cordero de Dios

El evangelio de este segundo domingo de este domingo del tiempo ordinario ofrece la presentación de Jesús a todo el pueblo de Israel y quiere manifestar su elección por parte de Dios; se trata del relato del bautismo de Jesús. El bautismo de Jesús quiere simbolizar el carácter universal de su misión, ¿y cómo lo hace San Juan? Señalándole como «cordero de Dios». Es el título que designa la acción de Jesús en su lucha contra el pecado, en su compromiso transformador del viejo orden del mundo. Jesús es la persona justa que lucha contra el mal, y esta elección no es una dignidad frente a las dignidades religiosas de sus tiempo, sino un don para toda la humanidad que se encuentra abatida.

El testimonio del Bautista insiste en que a este Jesús, a este cordero de Dios no se le va a reconocer por ningún signo estentóreo, sino por la acción del Espíritu. Y esto será lo que haga posteriormente la comunidad cristiana, a Jesús se le reconocerá como Hijo de Dios por la experiencia de Dios que Jesús vivió en compañía de sus discípulos.

Esta distancia entre una religión del pasado y la novedad de Jesús se aprecia mejor a la luz de la lectura del segundo libro de Isaías. Ahí se nos muestran todos los conflictos de identidad que vivió la comunidad de Israel durante el exilio y al regreso a Jerusalén. En ella se vivían distintos estilos de vida que marcarían definitivamente el derrotero histórico del pueblo de Dios. Todos se sentían «llamados», «elegidos», pero detrás de esa elección se escondían dos maneras completamente distintas y antagónicas de vivir el llamado de Dios. Unos se inclinaban por el universalismo, la tolerancia y la capacidad de diálogo con todas las naciones; otros, en cambio, optaban por el exclusivismo, el nacionalismo y la búsqueda de cierta «pureza» que los distinguiera del resto del mundo.

Nació así el conflicto de la interpretación de la «elección» por parte de Dios en el pueblo de Israel. Para el primer grupo, la elección era una oportunidad para abrir la experiencia de Israel a todo el mundo, sin hacer distinciones, sin excluir a nadie. Para el segundo grupo, en cambio, la elección era una oportunidad para constituirse en una casta, en una clase superior. Estas dos tendencias que comenzaron en el exilio, continuaron hasta la época del Nuevo Testamento.

Jesús rompió con la mentalidad exclusivista e hizo realidad los ideales universalistas de los profetas. Creó una comunidad a partir de lo que se llamaba el resto de Israel, los pequeños, pescadores, enfermos y desprestigiados, pero que estaba destinada a convertirse en luz del mundo. Jesús restaura un grupo humano que vive los valores de la misericordia, el perdón y la solidaridad. Su grupo de amigos y discípulos no es mejor que los demás porque ya sean puros, sino porque buscan la pureza, son necesitados del perdón y la misericordia que viene de Dios.

Pablo escribe a los cristianos de Corinto divididos por sectarismos internos, signo de la falsa religiosidad, para que aprendan a vivir la vocación cristiana, la elección, como una llamado a la santidad. La santidad no consiste en una búsqueda egoísta de la perfección individual, ni una práctica devocional, sino en adquirir la «sabiduría de la cruz» en la vida de cada día, en la historia. Los justos siguen siendo víctimas de la violencia y el pecado y la tarea del cristiano es compartir la vida y el sufrimiento de los demás.

Yo no soy elegido para vivir en un castillo aislado y a la defensiva... sino para dejar que Dios me libere de la angustia y del mal y ayudar a liberar a otros de ese mismo efecto del pecado. Y lo mismo vale respecto al colectivo de la Iglesia, del cristianismo: nosotros somos la religión verdadera, la querida por Dios, en la medida en que realizamos actos de amor sin imponer nuestra verdad, más bien ayudando a los demás a buscar a Dios. En esto consiste la santidad y para esto hemos sido elegidos.