Domingo de Resurrección
Juan 20, 1-9: Entró... vio y creyó

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Hech 10, 34a.37-43: Pasó haciendo el bien
Salmo 117, 1-2.16-17: Sea nuestra alegría y nuestro gozo
Col 3, 1-4: Habéis resucitado con Cristo
Jn 20, 1-9: Entró... vio y creyó

Entró... vio y creyó

El evangelista San Juan resume su experiencia de la Resurrección de Jesús con estas tres palabras: “Entró…vio y creyó”.Ver y Creer. Ver con los ojos de la carne, lo que nuestros ojos pueden ver. Y creer, lo mismo pero con los ojos de la fe. Jesús dirá a sus discípulos: “Dichosos los que sin haber visto, han creído”. Y es que con los ojos de la carne se puede ver lo que se puede ver, poca cosa. Los límites de la visión de nuestros ojos, la mayoría de las veces, no ven más allá de donde llega nuestra nariz. En cambio, con los ojos de la fe se ve lo que está ante nuestra mirada, lo que sucede a nuestro alrededor, los hechos de la historia, y además lo que está más allá de la realidad material e histórica.

Por eso la Iglesia considera la Resurrección de Jesús como hecho histórico, es decir, algo que sucedió en nuestra historia, y al mismo tiempo, como un hecho de fe, algo que trasciende la historia, que está más allá del mero acontecer. ¿Y cómo puede ser esto: que sea a la vez histórico y que esté más allá de la historia? El evangelista San Juan no se entretiene en explicaciones inútiles, pero lo dice todo con ese: “vio y creyó”. No basta ver, hay que creer. No basta creer, hay que ver. Ver al Señor resucitado con los ojos de la carne no nos da fe, y creer que resucitó sin verle glorioso sobre la muerte, tampoco nos hace creyentes.

La realidad de la resurrección no es un problema de cómo fue la resurrección, sino nuestro, que somos incapaces de tener la experiencia que tuvo San Juan: ver y creer al mismo tiempo. Si la resurrección de Jesús no es un hecho fotografiable, como fenómeno físico, tampoco es un hecho fantasioso, porque sucede en la historia, hasta el punto de transformarla. Y justamente por esto, porque sucede en la historia y, al mismo tiempo, más allá de la historia, es porque lo que se ha convertido en el eje fundamental de la historia del existir humano. Es el acontecimiento central de la fe cristiana, capaz de iluminar nuestra existencia y la del mundo de entero.

Desde la fe en la Resurrección de Jesús ya podemos comprender para qué creó Dios el universo: para salvarlo y llevarlo a la plenitud que nos ha ganado Cristo. Ya podemos comprender cómo es que Dios ama a su Hijo predilecto y le deja morir en una cruz. Para darle la Vida verdadera, a él y a nosotros en él. Ya podemos comprender que el Reino de Dios ha comenzado, y está como una semilla sembrada en nuestro corazón. Las palabras de Jesús adquieren luminosidad: “Si el grano de trigo no muere no da fruto, pero si muere da mucho fruto”. Ahora entendemos aquello que nos decía: “Quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien “pierda” su vida por mí, ése la salvará”.

Es la paradoja del cristianismo: entregar la vida es la mejor forma de retenerla; dar la vida es la mejor forma de recibirla. Paradoja de cuando tienes el alma agitada y te sale la pregunta: “¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora..”. Acordémonos de la respuesta que se dio Jesús: “Pero si por eso he venido, para esta hora”. Tener los pies en la tierra y el corazón en Dios es ver la mano de Dios en la adversidad, su cariño en la prueba, su amor en la angustia del existir humano.

Desde la fe en la Resurrección de Jesús ya podemos asumir que la muerte ha sido vencida, y proclamar que la Vida plena es la voluntad de Dios. Ni los verdugos, ni los acusadores, ni los traidores tienen la última palabra. Sólo Dios lleva la voz cantante, pues sólo Él es capaz de dirigir la historia de manera imprevista e insospechada.

La fiesta cristiana de la Pascua es, sobretodo, la fiesta de la vida recuperada, en medio de las tribulaciones mundanas. La acción más palpable de la resurrección de Jesús fue la capacidad de transformar el interior de los que se fían de él y lo celebran juntos. El resucitado convoca a su comunidad en torno al evangelio y en torno a la mesa del pan partido y compartido. Es el día del Señor.