Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A
Mateo
28,16-20: Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Hch 1, 1-11: Lo vieron elevarse
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones.
Ef 1, 17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo
Mt 28,16-20: Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo

Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo

El evangelio de hoy, fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, cierra el evangelio de Mateo, y subraya la conexión entre el último encuentro de Jesús con sus discípulos y las palabras finales del Señor a su comunidad.

Sitúa la escena en una montaña de la Galilea. Se produce en ella la teofanía del Resucitado que se coloca en relación con la montaña de la Tentación y con la montaña de la Transfiguración. Se anticipa, así el Señorío de Jesús, tema principal que se desprenden de las palabras que éste pronuncia.

Lejos de los dirigentes religiosos de la época, Jesús se encuentra con los Once que le han seguido, que le han abandonado, pero al fin le han visto resucitado. Los Once viven esa experiencia del último encuentro, antes de comenzar la vida de la Iglesia en dispersión por el mundo, con una mezcla de adoración y de duda. Como Pedro ante el embate de las olas, la comunidad lleva en su seno estos dos sentimientos contradictorios. Ambos son los dos únicos textos de Mateo que combinan los verbos que se refieren a esos dos sentimientos.

Las palabras de Jesús se dirigen a fortalecer la fe comunitaria desde un encargo en que están implicados tres personajes: Jesús, el círculo de los discípulos y «todos los pueblos». Respecto a sí mismo, Jesús afirma que ha recibido «plena autoridad en el cielo y en la tierra». Esta autoridad está muy lejos de aquella propuesta del diablo de recibir «todos los reinos del mundo», los discípulos ya pueden comprender el significado de ese nuevo poder divino, y ahora es el momento de la proclamación de ese señorío, recibido por Jesús del Padre. Jesús recibe un señorío universal que se ejerce sobre toda realidad creada. Este señorío universal es el fundamento para la existencia de la realidad eclesial, el señorío del amor a toda la creación por el servicio. Es el destino de todo aquel que quiera comprometerse con su verdad más profunda en cuanto ser humano e hijo de Dios: salvar el mundo por el amor, entregando la vida en el servicio a los demás, como tantos sacerdotes, religiosos y laicos que se gastan por los demás en África o en un ambulatorio de barrida marginal.

Aunque este mensaje es universal, muy pocos se comprometen con esta verdad. No obstante es un ideal que ha de convocar cada vez a más gente. El pueblo elegido no tiene fronteras, esas que ponemos los humanos para delimitar nuestros campos, o las de los números, para decir cuánto dinero tenemos o cuántos católicos somos en el mundo; los destinatarios de la buena noticia que nos trajo Jesús no somos los blancos o los indios, no tiene límites de edad o de conocimientos, es… para toda la humanidad. Dios quiere habitar en todos los corazones; ahora bien, estos han de ser de carne, no de piedra, capaces de sentir afectos y de ilusionarse, tiernos y sensibles, para ello “hemos de revestirnos de la fuerza de lo alto”, sólo después podremos ascender como él al lugar donde las cosas son de verdad, al cielo, al cielo de nuestros corazones.

Id por todo el mundo a llevar a todos los corazones la buena noticia de que no estamos solos, de que tenemos un Padre; quien quiera aceptarle se sentirá salvado, quien no lo crea estará condenado, y no podrá experimentar la salvación de Dios. Para esto vino Jesús, no para juzgar a nadie, sino para ofrecer la salvación. Ha cumplido su misión, y ahora encarga a sus discípulos, a los que le han querido seguir y han aceptado su oferta, que sigan haciendo lo mismo.

Desde aquel día a orillas del Jordán, cuando se rasgó el cielo, y se oyó la voz: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”, hasta el día en que, después de muerto, bajó a los infiernos. El mensaje de Jesús es su presencia y su presencia debe evangelizar todo el universo. La buena noticia está sembrada, hay que anunciarla.

Somos nosotros los testigos de este mensaje y de esta persona, de resurrección y vida, que es Jesús, hasta que la tarea iniciada por él, conforme el mundo una como una fraternidad que confiese a un solo Dios como Padre. Somos nosotros los destinatarios del encargo, pero no estamos solos. Él, que ya está sentado a la derecha de Dios, Él, que habita en el cielo, es el que nos dice: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”