Solemnidad de la Santísima Trinidad
Jn 3,16-18:
Envió a su hijo para que el mundo se salve. Para que el mundo se salve

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Ex 34,4b-6.8-9: Yavé es un Dios compasivo y misericordioso
Interleccional Dn 3,52-56: A ti gloria y alabanza por los siglos
2Co 13,11-13: Tengan un mismo sentir
Jn 3,16-18: Envió a su hijo para que el mundo se salve

Para que el mundo se salve

Estamos ante el más grande misterio, que ni ojo vio, ni oído escuchó... al que uno sólo se puede acercar con adoración (el Padre)... dispuestos a asumir su proyecto de fraternidad (el Hijo)... con toda la profundidad de nuestro ser (el Espíritu Santo).

Por Jesús ya sabemos quién y cómo es Dios. Después de generaciones en búsqueda religiosa Dios nos ha sido revelado. Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de todos los hombres y de la creación entera: Dios es amor. Jesús es el Hijo en quien todos somos hijos, porel amor que nos ha sido manifestado en él. Y el Espíritu es Dios habitando en nuestros corazones como amor personal de Dios a nosotros y de nosotros a Dios. Es el misterio del amor. No es un misterio inaccesible, no es un misterio indescifrable, es un misterio experimentable por el hombre. Pero sólo para el hombre que ama.

Si el amor humano ya nos resulta una realidad compleja, el amor divino lo es hasta el infinito, un amor sin límites y sin condiciones, independientemente de nuestra respuesta. Dios me ama a mí, como si sólo a mí amase); amor total, sin medida, porque la medida del amor es dar sin medida; amor sacrificado, oblativo, entregado y paciente; amor universal, inclusivo, nunca excluyente; amor preferencial, porque como una madre se inclina más hacia el más débil y necesitado. Este es el perfil, el rostro o la fisonomía de Dios que nos revelan as lecturas de hoy. En la lectura del Éxodo lo revela como un Dios "compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad"; y esto inmediatamente después del episodio de adoración al becerro de oro. Como queriendo contrastar la infidelidad del Pueblo y la fidelidad de Dios.

En la segunda lectura Pablo nos desvela el misterio de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mediante el saludo trinitario a la asamblea: "la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros".

Finalmente el evangelio de hoy, tomado de San Juan, es uno de esos textos cumbres de la literatura bíblica que revelan una luz especial: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo".

Éstos serían como los versículos fundamentales para nuestra fiesta. En primer lugar el Dios de Israel y de Jesús, es un Dios inserto en la historia. El antiguo y nuevo Pueblo de Dios no llegaron a la experiencia de Dios, ni por la naturaleza (religiones naturalistas, tendentes a divinizar la creación), ni por la filosofía (la elucubración de los filósofos, que a través de las causas segundas, llegaron a una primera causa: Dios), sino por la historia. De ahí que el credo de Israel y el de la Iglesia se definan como credos históricos. Imposible proclamar a este Dios, dejando de lado los grandes acontecimientos salvíficos: que "nació de María, la virgen, que padeció bajo Poncio Pilatos, que fue crucificado, muerto y sepultado", etc., son datos históricos puntuales. Dejar de lado la historia, sería desencarnar la fe, privarla de su sacramentalidad histórica. Un Dios desentendido de la historia no sería el Dios de los cristianos. Dios no es un ser aislado, desentendido de las realidades temporales, solitario. Es un Dios de comunión, cercanía, diálogo, alianza.

La naturaleza misma de Dios es todo un proyecto de vida que revela la naturaleza misma del alma humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Vivimos en una casa común, somos una familia, tenemos las mismas necesidades, los mismos problemas, estamos embarcados en la misma búsqueda.

Y en tercer lugar no necesitamos rompernos la cabeza para comprender el misterio, sólo se nos pide aceptar la vida en el amor, antes que en el odio, en el servicio antes que en el egoísmo. A Dios le podemos conocer no con la razón del sabio, sino con el corazón de la gente sencilla, en le corazón del niño más que en el del adulto, en el corazón del humilde más que en el del soberbio, en el corazón del débil más que en el del fuerte.