IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 7,21-27:
No basta decir «Señor, Señor»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Dt 11,18.26-28.32: Pongo delante de ti la maldición y la bendición
Salmo 30: Sé la roca de mi refugio, Señor
Rm 3,21-25a.28: Somos justificados por la fe
Mt 7,21-27: No basta decir «Señor, Señor»

No basta decir «Señor, Señor»

Las palabras que escuchamos del libro del Deuteronomio: “Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino para seguir a otros dioses que no conocéis”, son palabras de vida o muerte.

Dios es quien nos ha dado la libertad. No puede ser malo un Dios que nos asigna tal poder: la libertad ante el bien y ante el mal. El dios malo, mejor dicho, el dios que no lo es, sino ídolo, es el que nos esclaviza y amarra nuestra libertad. ¿Somos capaces de distinguir entre libertad y esclavitud?

Este es el gran problema del hombre de hoy y de todos los tiempos. Los israelitas vendieron su libertad por un planto de lentejas. Hoy vendemos nuestra libertad a tantos diosecillos tramposos y humillantes: consumismo, libertad de sexo, yo soy dueño de mi cuerpo, la Iglesia no me puede imponer…, y decimos, todo es relativo, todo vale, yo hago lo que me viene en gana.

Efectivamente, Dios nos ha hecho libres, la mayor grandeza del hombre, pero algunos prefieren la miseria de un plato de lentejas. Nosotros somos libres de elegir nuestro estilo y sistema de vida, pero ¿a qué precio?, al precio de mi misma libertad. Aquí es donde vuelve a presentarse el Dios que ama a su criatura y le dice: si te apartas del camino de la vida, mil diosecillos devoradores te llevarán a la muerte. El Dios del antiguo y del nuevo testamentos ha optado por el hombre, por su libertad, por su capacidad creativa; ese Dios ha optado por nosotros para que desde la libertad escojamos la Vida, el Amor, por la Justicia; es el Dios que ha optado por el desarrollo del mundo en bienestar, el desarrollo científico y económico para bien del hombre, es el Dios que ha optado por el reparto de las infinitas riquezas que nos ha dejado en la tierra, es el Dios de todos los hermanos, es el Dios de la Comunión universal...

Una vez más nos preguntamos, ¿es nuestro Dios un Dios impositivo, dañino para el hombre, limitador de sus posibilidades?, ¿o somos más bien nosotros los que nos destruimos al excluir a Dios de nuestras vidas? Este es uno de los mensajes constantes del Papa Benedicto XVI: una civilización que excluye a Dios de la sociedad está abocada a la muerte; un hombre sin Dios no es que sea más hombre, es que se queda sin humanidad.

Las palabras de Moisés al pueblo siguen resonando, a pesar de la orgullosa sordera de nuestro tiempo: pongo delante de ti la bendición ola maldición. Tal es la elección a que estamos expuestos. Primero oír, escuchar, poner atención y segundo reflexionar. ¿Qué escojo, qué elecciones hago en mi vida, de bendición o maldición? Y tercero aceptar con humildad que toda elección humana es a la vez una renuncia. Si escojo el bien renuncio al mal. Si escojo el mal, renuncio al bien y me autodestruyo.

No es posible elegir sin renunciar. Es un riesgo inevitable. El riesgo de vivir, porque vivir es elegir, y renunciar. Es decir: nuestra vida no está hecha. La tenemos que hacer día a día. Al ritmo de cada elección.

Y un último punto de reflexión que nos propone el evangelio de este noveno domingo del tiempo ordinario es el relativo a la función de la religión en este tema de la libertad. Jesús nos previene: no porque un hombre vaya todos los días a misa es fiel y es buen cristiano; lo dice así el Señor: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”. Hacer la voluntad de Dios: escoger el bien cuando eres abogado o albañil, escoger la justicia cuando eres comerciante o profesor, escoger la fraternidad cuando eres político, economista o médico. No vale el “Señor, Señor, yo he escuchado tus sermones en la plaza… ” y pueden ser agentes de iniquidad. A estos Dios no les reconoce, no son hijos; Dios sólo reconoce a quien ha escogido la bendición, el bien, la justicia, la fraternidad; Dios ha escogido a quien escoge el camino que hizo Jesús, el Hijo.