XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 13,1-23:
Salió el sembrador a sembrar. El que tenga oídos que escuche

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is. 55,10-11: Mi Palabra no volverá vacía
Salmo 64: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Rm 8,18-23: Poseemos las primicias del Espíritu
Mt 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar

El que tenga oídos que escuche

Oír es recibir señales acústicas. Escuchar es oír y poner atención a lo que dice el otro para tratar de comprender el contenido, el mensaje de lo que me quiere trasmitir. Es verdad que las palabras trasmiten conceptos y lo que el otro me quiere decir no es un concepto, sino una experiencia, algo que lleva dentro y las palabras no alcanzan a decir del todo. La experiencia personal es indecible, por eso comunicarla requiere la atención y la comprensión del que escucha.

Todo esto para decir que las parábolas tienen mensajes de experiencia, de algo indecible y requiere la apertura de quien escucha para recoger ese mensaje abierto y participativo. Pero eso algunos oyen, pero no ponen el oído, no escuchan, así la Palabra de Dios les resbala y no hace efecto en ellos. El mensaje que Jesús quiere trasmitir con la parábola del sembrador es el Reino de Dios y la aceptación o rechazo por parte del los hombres. El que quiere entiende, aunque no haya estudiado, y el que no acepta la propuesta de Dios hace oídos sordos al mensaje de Jesús, no quieren entender.

El tema de las parábolas es el Reinado de Dios, no como teoría, sino como proclamación que exige una respuesta para ser comprendida. Quien lo acepta comprende, quien no quiere aceptar, se niega a comprender. La parábola del sembrador propone, justamente, las distintas actitudes ante la propuesta de la llegada del Reino de Dios: algunos son como la semilla que cae fuera del campo de labranza, en el camino; otros son como el terreno pedregoso, donde es imposible que la semilla eche raíces; la semilla que cae entre las zarzas representa a los que ahogan esa semilla de Dios con las preocupaciones mundanas y la seducción del dinero. Lo sembrado en tierra fértil es el que escucha la Palabra de Dios, la acoge, deja que se pudra el grano para convertirse en una espiga llena de otros muchos granos: unos el treinta, otros sesenta y otros cien.

Este relato lo entendían bien los oyentes de Jesús, que estaban acostumbrados a recoger pobres cosechas, porque la tierra era del amo y el trabajador sólo tenía derecho al 10%. El énfasis de la parábola sin embargo no está en las dificultades, sino en lo espectacular de la cosecha: el 30, el 60 y hasta el 100 por uno. Una cosecha superabundante, inimaginable. Lo que anuncia Jesús sí que es una buena noticia, pero sólo para los que tienen el corazón abierto y están dispuestos a aceptar esa experiencia que Jesús tiene del Dios Padre y generoso con sus hijos.

Es el mismo mensaje que había proclamado el profeta Isaías. Isaías presenta una comparación sobre la eficacia de la palabra de Dios, que es como la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Describe el Ciclo Aompleto del agua, que hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla germina y retorna a su fuente de origen.

No se trata de un proyecto determinista, donde todo está programado por Dios y el hombre es como una marioneta que se deja mover; de ninguna manera, el proceso de acogida y transformación pertenece al terreno: unos son como el camino pisoteado, otros son pedregales, y otros como espinos; a la tierra fértil que acoge la semilla, sin embargo, no se le ahorra esfuerzo ni trabajo para hacerla germinar. La calidad de la tierra es la buena disposición de cada pedazo de la parcela, y constituye el factor decisivo para el éxito de la acción de Dios. La semilla es buena, pero no siempre el terreno responde de la misma manera.

Esta parábola va dirigida a una comunidad cristiana que ya había hecho una profunda recepción, pero cuyos frutos de ‘reinado de Dios’, dejan mucho que desear hasta que se produzca ese amor solidario, esa libertad para hacer el bien y esa justicia responsable. La palabra de Dios sigue actuando en la historia humana, y sigue esperando esos frutos de la atención al hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos, que es lo que constituye el reinado de Dios.

En la segunda lectura San Pablo propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia, aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza del futuro para la humanidad.