XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 13,24-43: Dejen crecer la cizaña con el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Sb 12,13.16-19: Das lugar al arrepentimiento
Salmo 85: Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Rom 8,26-27: El Espíritu intercede por nosotros
Mt 13,24-43: Dejen crecer la cizaña con el trigo

Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Tres parábolas de Jesús en este decimosexto domingo del tiempo ordinario, para expresar en qué consiste el Reino de Dios: la del hombre que sembró buena semilla en su campo, pero los enemigos echaron en medio semilla de cizaña. ¿Qué hacer? ¿Arrancarla antes de tiempo? No, esperar al momento de la siega, y entonces sí, arrancar la cizaña y atada en gavillas, quemarla. El trigo pasará al granero. La segunda es la del grano de mostaza, pequeño e insignificante que cuando crezca se hará un árbol grande donde anidarán los pájaros y dará sombra. Y la tercera la de la levadura de la mujer, que hace fermentar toda la masa.

No arrancar la cizaña antes de tiempo, porque puedes cortar también el trigo. Esperar al fin del tiempo, será el momento en que Dios actúe de manera definitiva. No sabemos cómo juzga Dios a los hombres, ni cómo los juzgará en ese juicio final del que habla San Mateo. Lo que sí sabemos, y lo dice muy bien San Juan de la Cruz, es que Dios nos juzgará sobre el amor: “En el atardecer de la vida Dios nos juzgará sobre el amor”. Y el amor se traduce, en término de relaciones humanas, como justicia. No basta con decir: ¡Ay cuánto quiero yo a los pobres, a los enfermos…!Y después, en mi corazón y en mis obras, anidan gestos de injusticia. Es muy difícil ver el amor por un lado y la injusticia por otro, pero sabemos que no pueden estar juntos, son contrarios. Es como Dios y el mal: donde está uno no puede estar el otro. Sin embargo en nuestros corazones parecen que caminan juntos. ¿Quién podrá separarlos?

Por eso dice Jesús. No te aceleres, no te pongas nervioso, no intentes suprimir la mala hierba, porque puedes confundirte y lo que consigues es anular la buena. No tengas prisa; no quieras hacerte juez del corazón del hombres, no quieras anticipar lo que corresponde sólo a Dios. La lucha entre el bien y el mal es el trabajo que nos encarga: trata de buscar el bien, de hacer el bien, y denuncia el mal, la injusticia y las opresiones: esta es nuestra tarea, no adelantar el juicio de Dios. Trabaja por poner en evidencia con tus obras, la cizaña de nuestro mundo, desenmascara a los lobos que, vestidos con piel de oveja, devoran a los más débiles. Dios hará el juicio.

La segunda parábola es la el reino de los cielos que se parece a un grano de mostaza y aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

Si observamos el crecimiento de una flor, de una fruta, de un niño, caemos en la cuenta de la lentitud en el desarrollo de las cosas bonitas y valiosas. Las cosas grandes y bellas se gestan en lo pequeño, poco a poco, de una forma casi imperceptible. El Reino de Dios se hace, se está haciendo, lentamente, no advertimos su crecimiento, pero está llevado de la mano de Dios, que hace las cosas así, como el crecimiento de una flor o un niño. ¡Cuánta grandeza hay en lo pequeño!

Jesús lo sabe, porque observa la naturaleza y conoce la mano de Dios. Todo lo hace suavemente, sin espectáculo, y sin alboroto. Jesús sabe que todo arranca desde lo pequeño, de lo sencillo, de lo que no cuenta. La parábola de la semilla de mostaza, demasiado pequeña para confiar en ella, es el símbolo de un Reino que llegará a instaurarse en los corazones de todos los hombres. Pero hace falta confianza en el hombre. ¿Nos fiamos de una simple semilla, y no nos vamos a fiar del ser humano? Cuando miramos un piñón ¿quién es capaz de ver en él el árbol frondoso que cobija a las aves, o las veinte toneladas de madera que, con el tiempo, dará? Estas cosas sólo las sabe ver Jesús, y nosotros, si fuéramos un poco más sensatos.

Y lo mismo con la parábola de la levadura. “El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente”. Basta una pequeñísima porción para fermentar y hacer crecer una medida de harina. El triunfalismo de nuestra forma de pensar de tejas abajo, no es de Dios. Por eso nos equivocamos cuando no creemos en la propuesta de Jesús: su Reino.

De una fe en el juicio final al estilo de los judíos y de una fe triunfalista que sólo se realizará en más allá, Jesús nos invita empezar a construir ese futuro aquí en esta tierra, que es donde empieza el “más allá”, el Reino de Dios ya en esta tierra.