XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 14,13-21: Multiplicación de los panes. Comieron todos y se saciaron

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is 55,1-3: Daos prisa y comed
Salmo 144: Abres la mano, Señor, y nos sacias de favores.
Rm 8,35.37-39: Nada nos apartará del amor de Dios
Mt 14,13-21: Multiplicación de los panes

Comieron todos y se saciaron

En Isaías, la Palabra de Dios es lluvia vivificadora. En Jesùs, el fruto del trigo será Pan de vida eterna, en el evangelio de San Juan, pero en este de Mateo que leemos en el domingo 18 del Tiempo Ordinario, la multiplicación de los panes, no tiene ese sentido eucarístico, al menos en primera instancia. San Mateo e Isaías toman el hambre y la sed como realidad natural de esta tierra, como mecanismo fundamental de los seres vivos. Todo ser viviente necesita comer y beber, necesidades que tienen un carácter biológico primero y humano, social y espiritual después.

Es que justamente no podemos construir el ser humano comenzando por la vida espiritual, sino desde lo material. Nacemos hijos necesitados de lecha materna que después se convrtirá en afecto filial. Nacemos hambrientos de cuerpo para crecer hasta el amor. Cuando ya uno es viejo del todo, arrugado y sin fuerzas, es que lo ha dado todo. El niño que nació hambriento se ha quedado exhausto, y ese proceso de recibir, primero, y vaciarse despúes, es lo que llamamos el amor. La máxima realidad espiritual que puede alcanzar el ser humano.

Pues bien, este es el esquema o el proceso que narran tanto Isaías como San mateo en las lecturas de este domingo. De las necesidades humanas se hace cargo Dios como un Padre que quiere que el mundo sea un banquete para sus hijos. Dice Isaías: “Oíd, todos sedientos: venid a por agua, y los que no tienen dinero, venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. 

Que todos tengan, que a nadie le falte, que hay de sobra y es gratis. De ese compartir de la mesa común nace la fraternidad, o mejor dicho, si repartimos y compartimos nos hacemos hermanos y brotará el canto y la danza entre todos los hombres de la tierra, nos daremos la mano seremos hermanos. He aquí el Reino de Dios en la tierra. Es posible, no es un sueño, porque hay para todos y sobra. Y ese Reino, que es el que Dios quiere, es el que nos enseña a pedir Jesucrito en el Pade Nuestro. “Venga a nosotros tu Reino”. Es el Reino que empieza con el compartir el pan de cada día, con lo material de esta tierra común, y el compartir produce el amor, la vida espiritual, la vida eterna a que alude San Juan en su multiplicación de los panes y los peces.

Pero la humanidad, a ese proyecto de Dios ha opuesto proyecto egoísta y acaparador que no genera amor, sino odio y guerras. Es la ignorancia y el egoísmo humanos quienes generan pobres, los empobrecidos, los menos favorecidos. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, cuando se desoye y desvirtúa, se lanza como un guigarro contra los demás, y de ser lluvia que enriquece la tierra, se convierte en argumento de enemistad entre los puebos y las culturas. El Pan y la Palabra, dos bendiciones de Dios sobre los hombres, las hemos convertido en flechas para herir.

Jesús, en esta multiplicación de los panes, responde a los discípulos que quieren despedir a la multitud: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer”. No había más que cinco panes y dos peces, pero el caso es que “comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños”.

Cuando hay amor se comparte, y el pan material se hace Pan Eucarístico, banquete mesianico anunciado desde Isaías.