XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 14,22-33: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?. Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

1Re 19,9a.11-3a: Aguarda al Señor que pasa
Salmo 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Rm 9,1-5: Digo la verdad en Cristo
Mt 14,22-33: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?

En la época de los profetas Samuel y Elías, de la que habla el libro de los Reyes, el rey había introducido cultos a dioses extranjeros. Los nuevos dioses legitimaban la violencia, la intolerancia y la expropiación como medios para garantizar el poder. Elías levanta su voz en contra de estos atropellos y ve en la sequía que azota al país las consecuencias del castigo divino. Elías, entonces, en medio de persecuciones y amenazas comienza una campaña de purificación de la religión israelita. Sin embargo, sus iniciativas producen el efecto contrario y se agudiza la opresión, la violencia y la persecución.

Cansado y desanimado Elías se dirige al monte Horeb en busca de otro camino para hacer realidad la voluntad del Señor. Alí descubre que el Dios verdadero no habla con voces de terror, ni en la tormenta ni en el fuego abrasador, sino en la brisa suave, y opta por animar a un grupo de discípulos para que continúen su misión por la vía de la no violencia. La fuerza de la espada puede imponer su ley, pero no puede garantizar la paz, el respeto y la justicia.

El evangelio nos muestra, con la escena de la «tormenta calmada» lo que debe ser una comunidad cristiana, la que se adentra en medio de la noche en un mar tormentoso. La barca se hundir, es el miedo de los discípulos, pero al ver a Jesús que se acerca en medio de la tormenta, no atinan a reconocer en él al maestro que los ha orientado en el camino hacia la cruz. Al oír su voz y sentirse llamados por él, Pedro se lanza al mar para agarrarse de su mano. Sin embargo su fe es débil, y comienza a hundirse. “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”

El cristianismo, a lo largo de 20 siglos, ha pasado por momentos de gloria y aceptación social, pero también ha sufrido el acoso del paganismo y del ateísmo de un mundo que quiere vivir al margen de Dios. Tal vez nuestro momento sea uno de esos en que los vientos soplan contrarios. El hedonismo, el relativismo, la fe exagerada en el poder de la ciencia y del dinero son las tormentas que hacen tambalear nuestra fe anquilosada. Y tal vez sea este el momento en que debamos gritar como San Pedro: ¡Señor, sálvame!”. Cuanto más sincero sea el grito, más cercana sentiremos la mano y más cercana será la voz del Señor: “Al momento Jesús, extendiendo la mano, le agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.

Esta es la misma pregunta que nos hace hoy el Señor: ¿Por qué dudas? No tenemos más remedio que reconocer nuestra falta de fe. Seguro que es una fe sincera la que tenemos, pero hemos de purificarla. La fe de verdad no se apoya en mis tradiciones religiosas, en las costumbres de mi pueblo, ni en las devociones anquilosadas. La fe verdadera hace que esas tradiciones y esas devociones se revitalicen al contacto con la mano y la voz de Jesús: “hombre de poca fe”. Este apoyo firme y verdadero, que es el Señor, muerto resucitado, es el que fortaleció la fe de los primeros discípulos y las primeras comunidades. Y esa fortaleza les llevó a anunciar el evangelio de salvación a un mundo corrupto como era el Imperio romano, y triunfó.

Nuestras comunidades están expuestas a la permanente acción de vientos contrarios que amenazan con destruirlas; sin embargo, el peligro mayor no está fuera, sino dentro de la comunidad. Las decisiones tomadas por miedo o pánico ante las fuerzas adversas nos pueden llevar a ver amenazadores fantasmas en los que deberíamos reconocer la presencia victoriosa del resucitado. Únicamente la serenidad de una fe apoyada en el Señor resucitado nos permite colocar nuestro pie desnudo sobre el mar impetuoso. El evangelio nos invita a enfrentar todas aquellas realidades que amenazan la barca animados por una fe segura y exigente que nos empuja como suave brisa hacia la orilla del Reino.

El evangelio acaba diciendo que “cuando ellos subieron a la barca, el viento se calmó. Entonces, los que estaban en la barca le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios”.